1. – Los orígenes del pensamiento conceptual.
Cualquier indagación articulada con pretensiones de establecer una exposición de la técnica y el pensamiento de las culturas prehistóricas, sin duda, ha de remontarse hasta los albores de los primeros homínidos prehumanos, ya que, fueron, a partir de éstos, cuando aparecieron los primeros seres dotados por la evolución de una capacidad craneal con un volumen lo suficientemente grande como para albergar un cerebro con las suficientes conexiones sinápticas que hicieran posible el establecimiento de los primeros esquemas del pensamiento racional: los Homo sapiens sapiens. En algún sentido, todos los animales superiores piensan; el león, por ejemplo, necesita cazar para alimentarse, y con el fin de satisfacer su demanda alimenticia busca las manadas donde se encuentran las presas; las observa, toma conciencia de su presencia, las clasifica, las selecciona, y en base a la información que percibe del entorno, toma decisiones para finalmente atacar. Con esta experiencia, el animal aprende, recuerda y modifica su conducta con el fin de mejorar su táctica de caza; en una palabra: piensa. Pero no se trata, en modo alguno, de un pensamiento conceptual, lingüístico, racional, basado en la aplicación de reglas lógicas. Se trata, más bien, de un pensamiento sensorial, sustentado en la coordinación de impulsos, imágenes y movimientos. Pues bien, es muy probable que los primeros homínidos articularan un pensamiento prelingüístico similar al de estos animales y que, tal vez, fueran incapaces de articular simbólicamente su experiencia. Pero, sin duda, tenían la capacidad de espabilarse, de aprender y de transmitir los conocimientos que iban acumulando para poder sobrevivir en el mundo hostil que les rodeaba y en el que se encontraban prácticamente indefensos frente a las fieras que constantemente estaban al acecho. Los homínidos prehumanos, sin duda, compensaron su carencia de garras y colmillos con la fabricación de herramientas líticas, herramientas de hueso y de madera para cumplir los mismos fines. Primero utilizaron los materiales como armas y herramientas tal y como se encontraban en la naturaleza: piedras como proyectiles, ramas como mazas, etc. Después, pasaron a modificarlos, sacando punta a los palos y afilando las piedras hasta obtener instrumentos cortantes, iniciándose, con ello, un proceso de perfeccionamiento muy lento en el que transcurrirían casi un millón de años repitiendo la misma operación sin producirse apenas progreso alguno. Mientras tanto, la habilidad de las manos prensiles y su coordinación iba creciendo a medida que aumentaba la capacidad craneal y surgían nuevas habilidades sensoriomotrices.
Los Homo ergaster, hace algo más de 1,5 millones de años, tenían ya suficiente capacidad imaginativa como para visualizar una forma determinada y tratar de realizarla en piedra de manera repetitiva con el fin de producir hachas de mano. Este proceso reiterativo requería el uso constante de la misma técnica y su transmisión sólo era posible en comunidades en las que se compartía la misma cultura. Si los homínidos prehumanos consiguieron sobrevivir a los múltiples peligros que les acechaban fue debido no sólo al uso de los instrumentos técnicos de los que se iban dotando, sino también a la convivencia social con otros individuos de la misma especie. Pronto, los homínidos debieron darse cuenta de que era mucho más eficaz la caza social que la caza individual. Unos cazadores podían espantar a los animales en la dirección en que otros esperaban para darles caza. Con el tiempo harían cosas más complicadas, como preparar y disimular trampas y conducir a los animales hacia ellas. Los Homo erectus y los Homo antecessor , ambos descendientes de los Homo ergaster, se habían convertido, con el uso de estas técnicas, en temibles cazadores sociales, capaces de cazar grandes elefantes y rinocerontes.
La caza social fue un gran estímulo para el desarrollo de nuevas capacidades cognitivas, pues este tipo de caza exigía la planificación de estrategias grupales, la organización de medios técnicos y la coordinación de tácticas y movimientos sincronizados, con el fin de realizar una cacería con éxito. Todo esto exigía una comunicación eficaz entre los miembros del grupo de cazadores. Probablemente, la comunicación sería una combinación de ademanes visuales, gestos de la cara, movimientos de los brazos y las manos, y en gran parte, sonora mediante susurros, gruñidos y gritos. Con el tiempo el sistema se iría haciendo más sofisticado, pasando de la utilización de un puñado reducido de señales mímicas hasta la articulación de las primeras palabras, una vez que hubieran desarrollado el aparato fonador bucofaringeo adecuado y un cerebro capaz de coordinar la percepción de las palabras recibidas a través de los órganos auditivos con los esquemas cognitivos de la mente, cuyos procesos combinados hicieran posible la interpretación de los mensajes. Sin embargo, las capacidades mentales implicadas en el lenguaje tuvieron que aparecer con anterioridad a la modificación de las vías aéreas que dieron paso a la formación de un aparato fonador altamente desarrollado, pues cabe suponer que fueron dichas capacidades las que hicieron rentable, en términos de selección natural, el desarrollo de un sistema eficaz que fuera capaz de emitir los sonidos básicos del habla humana. Los últimos estudios realizados a partir de cráneos fósiles de Homo neanderthalensis encontrados en la Sima de los Huesos del yacimiento de Atapuerca confirman que estos homínidos, hace 300.000 años, ya disponían de un aparato fonador altamente desarrollado, si bien no eran capaces de articular todas las vocales, podían disponer de un lenguaje muy rudimentario con el que expresar los primeros pensamientos simbólicos.
2. – Las habilidades técnicas de los Homo sapiens del Paleolítico.
Desde los inicios del Pleistoceno superior, hace 100.000 años, se encuentran restos de Homo sapiens en diversos lugares de Europa, Asia y África, cuyos cráneos tenían ya la misma capacidad que los nuestros, de aproximadamente 1500 centímetros cúbicos. Estos homínidos se agrupaban formando clanes de unos 30 individuos unidos por lazos de parentesco, matrimonio o amistad. Cada clan estaba compuesto de unas pocas familias, cada una de ellas formada por un cazador, sus mujeres y sus hijos. El clan era, eminentemente, itinerante y sus movimientos dependían de las corrientes migratorias de sus presas. Establecían campamentos provisionales en lugares favorables para emprender las cacerías y las recolecciones de plantas, frutas silvestres y raíces comestibles. Al cabo de un tiempo, cuando se hubieran agotado los recursos locales mudaban de lugar y se trasladaban a nuevos territorios donde las reservas de caza y alimento aún no habían sido explotadas.
Dentro del clan se estructuraba la división sexual del trabajo: las mujeres se dedicaban a la recolección de frutas , tubérculos, plantas y pequeños animales, mientras los hombres desarrollaban el arte de la caza de grandes animales poniendo en juego hábiles técnicas de caza y el uso de novedosas armas líticas. La habilidad de trabajar la piedra permitió al Homo sapiens la construcción de numerosos instrumentos líticos polivalentes que hicieron de la caza una actividad muy eficaz para el suministro de las proteínas necesarias en su dieta diaria. Los neandertales llegaron a ser muy hábiles en la implementación de instrumentos de piedra, tales como lanzas y hachas para cazar, cuchillos para cortar carne, raspadores para limpiar pieles, punzones para perforar y coser, lo cual les permitía fabricar bolsas de piel de nutria para guardar y transportar objetos, así como la elaboración de vestimentas y mantones con piel de oso para protegerse de las bajas temperaturas de la última glaciación. La habilidad en el arte de la caza no sólo se manifestaba en el uso de la lanza sino también en el manejo de las boleadoras y la honda. Pero la caza no era la única fuente de alimentación, las mujeres iban recolectando las raíces frescas de espadaña que se encontraban arraigadas bajo la superficie de las aguas pantanosas y eran fáciles de arrancar, los brotes de verduras silvestres, las hojas tiernas de trébol, de alfalfa, de diente de león, las hojas de bardana, las bayas y las frutas, las cuales eran transportadas en canastos hechos con tallos y hojas duras. Utilizaban palos como palancas para dar la vuelta a troncos caídos en busca de gusanos, tritones e insectos comestibles y puntiagudos palos para pescar en los ríos peces y moluscos de agua dulce.
Los cromañones, por su parte, especializaron más el utillaje de los neandertales, llegando a producir hasta 100 tipos de instrumentos diferentes, entre los que destaca el buril acabado en un ángulo fuerte y cortante, que permitía penetrar y trabajar otros materiales, como la madera, el hueso, el asta de marfil, etc. produciendo así vasijas, recipientes y, lo más importante desde un punto de vista técnico, la elaboración de nuevas herramientas. Con la invención del buril, el Homo sapiens sapiens da origen al nacimiento de la primera máquina-herramienta, una herramienta para producir nuevas herramientas, lo que viene a ser el primer hito de la Historia de la Tecnología. El buril permitió al hombre primitivo la elaboración de pequeños implementos puntiagudos o ganchudos, como agujas, anzuelos o arpones a partir de los huesos de los herbívoros, de las astas de renos y ciervos y del marfil de los colmillos de elefantes. Estos instrumentos permitieron coser pieles con tendones, pelos, crines o fibras vegetales. Aunque fueran los neandertales del Pleistoceno superior los primeros en fabricar vestidos, lo que, a su vez, les permitiría protegerse de los fríos de la glaciación y avanzar hacia el norte en busca de nuevos rebaños, las agujas perfeccionadas por el buril permitió a los cromañones perfeccionar la técnica de confección de los vestidos de piel, lo que les posibilitó ir todavía más lejos que los neandertales en la búsqueda de los rebaños de renos en las zonas heladas del norte llegando hasta el estrecho de Bering y Alaska, para extenderse luego por toda América.
Si bien los neandertales fueron cazadores exitosos, los cromañones les superaron, llegando a desarrollar estrategias muy elaboradas de caza basadas en un sistema de vigilancia, seguimiento y acorralamiento de las grandes manadas. Estas habilidades constituirían más adelante, en el período neolítico, los fundamentos de una incipiente explotación ganadera que daría lugar a una verdadera revolución en las formas de vida de los hombres primitivos. Los restos fósiles encontrados en diferentes lugares de Europa, de mamuts y caballos salvajes amontonados bajo despeñaderos, confirman las habilidades de nuestros antepasados en el arte de la caza. También supieron perfeccionar las armas de caza para hacerlas más mortíferas que las que utilizaban los neandertales. Las nuevas puntas de lanza desarrolladas por los cromañones, a partir de huesos en forma de arpón con múltiples barbas puntiagudas, causaban heridas más profundas en las presas, sin desprenderse el arma del animal, y favoreciendo el desangre de la víctima a través de unos canales incisos a lo largo del mástil del venablo. Al final del Paleolítico superior una cierta comprensión de mecánica elemental apoyada en la experiencia acumulada en el manejo de la honda llevaría a los cromañones a la invención del lanzador de venablos. Este propulsor vendría a ser una extensión del brazo del cazador que permitía doblar la distancia alcanzada en los lanzamientos y así cazar las presas sin tener que acercarse a ellas, con lo que aumentaban la seguridad y la eficacia de la caza. El propulsor de venablos, finalmente, condujo a los cromañones al invento del arco y las flechas, los cuales aumentaban con creces las distancias de seguridad en las cacerías y el número de presas cazadas en cada atacada.
3. – Los orígenes de una proto-ciencia paleolítica.
Los homínidos del Paleolítico superior, los Homo sapiens sapiens, tenían una capacidad craneal similar a la de los hombres actuales, lo que cabe suponer que disponían de cerebros similares a los nuestros. Por tanto, no es aventurado estipular que podían articular mediante términos lingüísticos el mundo de su experiencia y reflexionar simbólicamente sobre él asignando palabras a los contenidos conceptuales de su pensamiento. De esta manera, podían ir acumulando conocimientos y saberes sobre el mundo que les rodeaba dando origen a un remoto inicio de las ciencias de la naturaleza relativas al medio en que vivían y al que tenían que estar armónicamente adaptados.
Los cromañones conocían perfectamente la vegetación de la zona en que vivían y eran capaces de identificar las principales especies vegetales con el fin de clasificar las plantas que eran comestibles, las que eran tóxicas y las que podían servir con fines medicinales, así como la época en que florecían, el color y el sabor de sus frutos y los animales que las comían. Es muy probable que llegaran a conocer las pequeñas plantas, desde la acederilla, la acedera del bosque, la malvarrosa, el trébol, las flores silvestres, como las violetas, los espinos, las gencianas, los azafranes, y los árboles silvestres como el roble, el tilo, el arce, el sauce, el abedul, el álamo, el aliso, el nogal, el avellano, etc. de los cuales utilizarían las hojas nuevas y los frutos con fines nutritivos y medicinales, extrayendo sus jugos mediante las técnicas de infusión, maceración y la aplicación de cataplasmas de plantas y hojas de árboles con propiedades analgésicas, como la corteza de sauce o las raíces de lirio. La acumulación de conocimientos sobre botánica y medicina natural debía producirse mediante un procedimiento de experimentación bastante simple, como nos describe J.M. Auel, el Homo sapiens “daba un mordisco a la nueva especie; si el sabor era desagradable lo escupía inmediatamente. Si era agradable, conservaba el pequeño fragmento en la boca, observando cuidadosamente cualquier picor o ardor que produjera o cualquier cambio de sabor. Si no los había , lo tragaba y esperaba hasta ver si podía reconocer algunos efectos. Al día siguiente daba un mordisco más grande y seguía el mismo procedimiento. Si no se observaban efectos perniciosos a la tercera prueba, el nuevo alimento se consideraba comestible, al principio en pequeñas porciones”. Mediante estas técnicas primitivas de experimentación los hombres del Paleolítico iban adquiriendo un corpus de conocimientos que podríamos denominar con los términos de proto-botánica y proto-medicina natural.
Ahora bien, el mayor conocimiento que poseían los hombres primitivos se refería a los animales que cazaban, distinguían las diferentes especies con las que co-existían no solo a través de la vista, sino también por sus mugidos, por las huellas y excrementos que dejaban a su paso. Por medio de las huellas y excrementos, probablemente eran capaces de saber de qué especie eran, la edad aproximada de los animales, su estado de salud, cuántos eran, hacia donde se dirigían, etc. Como afirma Jesús Mosterin: “Conocían las rutas migratorias de los animales, las épocas en que parían, en que mudaban la cuerna y en que migraban, sus costumbres, etc. También conocían su anatomía , y eran capaces de descuartizarlos, aprovechando su piel, sus cuernos o astas, sus tendones, etc, buscando sus partes más nutritivas”. Todo este acervo de conocimientos constituía el inicio de una proto-zoología.
También llegaron a dominar el fuego, cómo encenderlo frotando dos palos y cómo conservarlo en agujeros cavados en la tierra y forrados de piedras o con carbones encendidos y guardados en cuernos de uro para su transporte. El fuego era imprescindible, no sólo para suministrar el calor necesario en la estación invernal sino también para la cocción de los alimentos, la carne, las verduras y las infusiones de las plantas medicinales, que utilizaban sobre todo con fines analgésicos.
Lecturas recomendadas:
Jean M. Auel: El clan del oso cavernario.
Jesús Mosterin: Historia de la Filosofía: 1. El pensamiento arcaico.
E.O. James: Historia de las religiones
J.L. Arsuaga; I. Martinez: El origen de la mente. Investigación y Ciencia, Noviembre 2001
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