jueves, 26 de febrero de 2009

ÉTICA Y TECNOLOGÍA

Hablar de ética de la tecnociencia y de la tecnología en el siglo XXI adquiere su sentido más profundo, en una época donde ambas disciplinas se han convertido en factores decisivos, no sólo en la solución de muchas limitaciones humanas, sino también en la adquisición de nuevas responsabilidades frente al surgimiento de nuevas problemáticas. Si bien los avances tecnológicos han aumentado el grado de bienestar y la calidad de vida en las sociedades occidentales y en los países en vías de desarrollo, simultáneamente, han dado origen a nuevos problemas, cuyas influencias se hacen notar a escala planetaria. La combustión de los materiales fósiles utilizados como fuente de energía, cuyas emisiones de dióxido de carbono están dado lugar a un progresivo calentamiento global del planeta, de consecuencias imprevisibles, está poniendo en jaque la conservación de nuestra biosfera y la de las generaciones venideras. La explotación de la energía nuclear viene generando, desde sus inicios, una basura radiactiva cuya actividad perdurará a lo largo de miles de años, periodo en el cual, el control de los residuos y las consecuencias derivadas por potenciales anomalías en el proceso serán transferidos de generación en generación; una herencia peligrosa, cuyos riesgos tendrán que ser asumidos por futuras personas que no han podido disfrutar los beneficios de esta polémica forma de energía , pues las previsiones más optimistas apuntan hacia un agotamiento total de las reservas de uranio a finales del siglo XXI.
La actual actividad industrial de los países avanzados no sólo afecta a sus ciudadanos más directos, el carácter global de los procesos ambientales hace que cualquier tipo de contaminación tenga incidencias sobre la población mundial y las generaciones futuras. Ante el surgimiento de estas problemáticas, científicos, ingenieros, tecnólogos y la sociedad en su conjunto debemos adquirir el compromiso de ofrecer una actividad tecnológica en sintonía con un desarrollo económico y social sostenible que permita hacer frente a las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de satisfacer las necesidades de las futuras generaciones. Si la Revolución Industrial basó su despliegue en la explotación de combustibles fósiles, se impone ahora la necesidad urgente de reemplazarlos por fuentes alternativas de energías renovables.
Éstas y otras cuestiones relacionadas con la investigación tecnocientífica y la utilización de sus consecuentes tecnologías, tales como las repercusiones de los avances en biotecnología, el desciframiento del genoma humano, los desarrollos de la electrónica, la informática y la realidad virtual con la consecuente cibernetización de la vida social, etc. hacen necesario el surgimiento, por parte de todos los agentes implicados y la sociedad en general, de un proceso de reflexión ética acerca de la investigación tecnocientífica y el uso de sus tecnologías derivadas.
Las disquisiciones filosóficas sobre la ética de la ciencia, la técnica y la tecnología del siglo XX se han caracterizado por el establecimiento de unos discursos acerca de unas éticas de la ciencia y de la tecnología separadas por fronteras infranqueables. Así, Carl Mitcham ha considerado la existencia de una ética para la ciencia, moralmente neutra, y otra para la tecnología, impregnada en su totalidad de valores morales. Esta separación entre ellas viene siendo heredera de la diferencia aristotélica entre la epistéme, que aludía a la actitud teórica y contemplativa del mundo, y la téchne como actitud productiva del mundo material. Sin embargo, en el siglo pasado, el progreso científico y el desarrollo técnico han integrado ambas actitudes dentro del mismo proceso de investigación. En el momento en que la tecnicidad de la verificación experimental se desvela necesaria para el desarrollo de una teoría científica y, a la vez, la propia teoría exterioriza sus influencias en la elección de las estrategias técnicas más idóneas para el proceso experimental, a partir de ese instante, la técnica y la ciencia, inexorablemente, se funden formando una unidad inseparable; por consiguiente, una no puede existir sin la otra. Los debates llevados a cabo en la década de los ochenta han resaltado la imposibilidad de concebir la ciencia y la técnica en dominios diferentes. Así pues, la técnica y la tecnología han invadido la actividad científica dando lugar al fenómeno indivisible de la tecnociencia.
Desde diferentes enfoques, los filósofos de la ciencia y de la tecnología han indagado sobre la necesidad de dotar de una ética a la actividad tecnocientífica, bien sea a través de la incorporación de valores por medio de una deontología interna de la actividad científica, como propone Robert Merton, o bien estableciendo el principio de la autolimitación humana sobre el conocimiento científico y sobre la utilización de tecnologías hipotéticamente nocivas, como proponen Hans Jonas, Larry Laudan y otros filósofos.
Ahora bien, podemos clasificar las posturas tradicionales de la filosofía de la tecnología en dos vertientes: las posiciones pesimistas, por un lado, que preconizan el determinismo y la autonomización de la tecnología y las posiciones antifatalistas, por otro lado, que confían en la capacidad humana para tomar las riendas sobre el control de la tecnología. Dentro de las posiciones fatalistas se posicionan Martin Heidegger, Jacques Ellul, Freyer y Schelsky, entre otros. Heidegger ve en el desarrollo tecnológico el extravío del deber-ser del hombre desde que éste se ha arrojado al mundo artificial de la potencia tecnológica. Para Heidegger, la sociedad estaría, ineluctablemente, sometida por la manipulación tecnocrática. Ellul, por su parte, entiende que las leyes técnicas ordenan y orientan la economía condicionando la vida humana de tal manera que el sistema técnico llega a engullir a la sociedad y a determinarla de forma inexorable, dejando a los individuos fuera de todo poder; frente a la libertad humana, por tanto, la tecnología se impondría como un imperativo categórico sin ningún tipo de restricción. Y por último, Freyer y Schelsky reconocen la autonomización de la técnica como una realidad ineluctable. De un proceso de investigación científica y realizaciones técnicas que obedecen a leyes inmanentes, resultan, sin planificación alguna, los nuevos métodos de forma automática, sin haber tenido en cuenta mediante una acción racional los fines que permitirían su utilización. Esta ausencia de planificación de los fines que pudieran permitir la utilización de los nuevos métodos técnicos imponen su propio aprovechamiento práctico. Según Schelsky, las normas y leyes políticas se ven sustituidas por coacciones dimanantes del poder científico-técnico, de tal manera que ya no pueden ser concebidas como decisiones políticas, ni como normas dictadas por la conciencia, ni surgidas de una determinada cosmovisión. Con ello, la democracia pierde su sustancia y la voluntad popular política se ve reemplazada por las coacciones de las cosas mismas, a las que el mismo hombre produce como ciencia y técnica.
Frente a estas posturas fatalistas, se encuentran los filósofos optimistas que confían en que el ser humano tome las riendas de su destino y sea capaz de dirigir el desarrollo tecnológico por los senderos de la vida. Desde esta nueva forma de pensamiento, los filósofos Jean-Jacques Salomón, Iván Illich y Hans Jonas, entre otros, apuestan por la naturaleza humana y por su capacidad crítica para sobreponerse a los dictados de la megamáquina creada por la alianza de los sistemas tecnocientífico, tecnológico, político, económico y social. Así pues, estos filósofos consideran que la tecnología, si bien, presta servicios inestimables al hombre, ésta debería estar sujeta a los dictados de la humanidad. Sin poner límites a la sabiduría de la ciencia, Salomón propone la incorporación de normas morales en la actividad de los agentes sociales con el fin de controlar las instituciones que intervienen en el desarrollo técnico. No existen, por tanto, los destinos tecnológicos sino los destinos humanos. Iván Illich, por su parte, considera imprescindible el establecimiento de “criterios negativos apriorísticos” para el diseño y la construcción de los artefactos tecnológicos con el fin de mejorar el bienestar humano inmediato sin poner en jaque la convivencialidad futura y la conservación de la biosfera. Estos criterios funcionarían como límites morales de la conducta humana en el diseño y desarrollo de las tecnologías. Por último, Hans Jonas entiende que la técnica se ha convertido en un foco de poder cuyas consecuencias están poniendo en peligro la futura conservación del planeta y la propia identidad humana como especie. De acuerdo con este poder, el hombre pasa a ser el máximo responsable del futuro de sí mismo y de la naturaleza, y en consecuencia, necesita, urgentemente, desplegar una moral de la conservación de la naturaleza y de la humanidad. Hans Jonas, en su obra El Principio de responsabilidad propone una ética para la civilización de la era tecnológica basada en una acción técnica responsable que sea capaz de observar el principio de precaución en los desarrollos tecnocientíficos, poniendo límites, no al saber hacer, sino al poder hacer, en aras de salvaguardar el futuro de las civilizaciones. Jonas alerta de la necesidad de establecer un imperativo de responsabilidad en la tecnociencia que emularía el imperativo categórico kantiano: 1) actúa de manera tal que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana genuina; 2) actúa de manera tal que los efectos de tu acción no destruyan las posibilidades futuras de esa vida; 3) no pongas en peligro las condiciones necesarias para mantener una permanencia indefinida de la humanidad sobre la Tierra; 4) entre todas las opciones de acción presentes incluye la futura plenitud del hombre entre los objetivos de la voluntad. Así pues, con el principio de responsabilidad Hans Jonas aplica una deontología al quehacer tecnológico basada, no en las consecuencias causadas por los actos ya realizados, sino en una responsabilidad sobre los potenciales actos futuros.
Por tanto, en mi opinión, más allá del determinismo tecnológico propuesto por las posturas fatalistas de Heidegger, Ellul, Freyer y Schelsky, y sobre todo, por las posturas de los economistas que sostienen que la base tecnológica es el motor de las empresas y el soporte de la economía global y pretenden justificar la moralidad de la actividad tecnológica sin límites; debemos considerar y tener en cuenta, a la hora de establecer una propuesta ética racional sobre la tecnología, las posturas críticas al determinismo tecnológico que denuncian la llamada "brecha tecnológica" originada entre países ricos y países pobres, y que ha sido uno de los factores determinantes en la perpetuación de la pobreza en el tercer mundo. Desde esta perspectiva esperanzadora, el hombre nuevo del siglo XXI se enfrenta al reto de recuperar la capacidad crítica perdida para examinar en detalle los desarrollos tecnocientíficos y sacar a la humanidad del estado actual de colonización que ha impuesto el sistema tecnológico.
Lecturas recomendadas:
- Jacques Ellul: La edad de la Técnica.
- Hans Jonas: El principio de responsabilidad.
- Lewis Mumford: La megamáquina.
- Iván Illich: La convivencialidad.

domingo, 8 de febrero de 2009

MUSEO VIRTUAL DE LA ESCUELA

El Museo virtual de la Escuela, además de traer a nuestra mente recuerdos lejanos de nuestra niñez, nos permite contrastar cómo han cambiado los medios tecnológicos de la educación de toda una época.
Atrás quedan aquellos años en los que se pretendía educar bajo la tutela de la ortodoxia nacional-católica del franquismo, ¡tristes años para la Educación¡. Su imagen perdura en nuestros recuerdos y despierta la nostalgia de nuestra más tierna infancia.

¿QUÉ ES LA TECNOSOFÍA?

Las sociedades altamente tecnificadas que se han ido forjando a partir del siglo XVIII, cuyo proceso iniciado por la puesta en escena de los valores de la Ilustración, han alcanzado el cenit con el surgimiento, en las últimas décadas del siglo XX, de nuevas formas de sociedad: la sociedad post-industrial, la sociedad de la información o la aldea global. El burgués y el proletario, hijos de la Ilustración y la Revolución Industrial, que dieron vida al Homo tecnológicus, han dado paso a un nuevo hombre: el Homo ciberneticus. Con la aparición de esta nueva forma de estar-en el mundo del ser humano, nacida en las postrimerías del siglo XX a consecuencia de la globalización de la red de redes y la hipertecnologización de la vida social, se hace necesario reflexionar y repensar en qué medida el progreso tecnológico conlleva una verdadera prosperidad o nuevas formas alienantes de esclavitud, si realmente va a suponer un paso más en el proceso de liberación del hombre o, al contrario, lo hundirá definitivamente en la injusticia y la miseria. El Homo sapiens, altamente dependiente de la tecnología más avanzada, necesita, por tanto, repensar, en términos de Ortega y Gasset, sus circunstancias para dar una respuesta racional y humana a nuestro presente.
En los albores del siglo XX, el ser humano ya advirtió la importancia creciente del proceso tecnológico en la configuración de la sociedad, derivándose, en el ámbito del pensamiento y la filosofía, el surgimiento de la denominada filosofía de la tecnología (tomando -de la tecnología-como un genitivo objetivo y no subjetivo) o Tecnosofía, disciplina en la que la tecnología es el nuevo objeto de estudio sistemático de la reflexión filosófica, y a partir de la cual se han originado posteriormente los denominados estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad.
Por tanto, las investigaciones tecnosóficas van a suponer un esfuerzo crítico de análisis de la realidad científico-tecnológica con el fin de ensalzar sus virtudes, cuando las tenga, y denunciar sus defectos y excesos, dónde los haya. Es evidente, lo que Lewis Mumford, en la década de los cincuenta, anunciaba en su obra Arte y Técnica: el hombre necesita hacer una distinción racional entre dos tipos de tecnologías, la que está de acuerdo con la naturaleza humana y la que es contraria a ella; la primera, por contribuir a engrandecer el aspecto “personal” de la existencia, ha de ser promovida; la segunda, al contrario, por restringir y perjudicar la vida humana, ha de ser rechazada. En este sentido, desde un enfoque práctico, más allá de la filosofía de Heidegger que se queda estancada en la formulación de preguntas, la Tecnosofía se pone por reto el buscar y el proporcionar respuestas, en la medida de sus posibilidades, a los dilemas que surgen entorno al desarrollo y utilización de la ciencia, la técnica y la tecnología.
Por último, para finalizar, podemos avanzar la idea de que la Tecnosofía es la ciencia encargada de cuestionar las relaciones entre los seres humanos y el mundo material de los artefactos. Preguntas tales como ¿qué es la ciencia?,¿qué es la técnica?,¿qué es la tecnología?,¿qué es lo bueno y lo malo de estas disciplinas?¿cuál es la lógica del desarrollo científico, técnico y tecnológico?, ¿cuáles son los fines de la ciencia, la técnica y la tecnología?,¿son éticos los medios empleados en el desarrollo tecnológico?¿En qué medida la ciencia, la técnica y la tecnología contribuyen al bienestar y la felicidad de la humanidad?,¿cuáles son los elementos de la ciencia, la técnica y la tecnología que contribuyen al proceso de liberación del hombre y arrancan las cadenas impuestas por la naturaleza?,¿qué aspectos de la tecnología alienan la vida humana?¿Cuáles son las responsabilidades legales, sociales, profesionales y morales de los agentes que intervienen en el desarrollo científico, técnico y tecnológico?... El carácter práctico que adquieren estas disciplinas junto al enorme poder que ha generado el desarrollo tecnológico, obligan a la Tecnosofía, a plantearse cuestiones éticas acerca de la energía nuclear, las emisiones de CO2 y el calentamiento global, la explotación y agotamiento de los recursos energéticos, la biomedicina, la electrónica, la robótica, la inteligencia artificial, la informática, la realidad virtual, la ingeniería, la investigación científica…, y , en general, todas las circunstancias científicas, técnicas y tecnológicas con las que se relaciona el ser humano.
Lecturas recomendadas:
- Carl Mitcham: ¿Qué es la filosofía de la Tecnología?
- Lewis Mumford: Arte y Técnica.
- Jacques Ellul: La edad de la Técnica.

miércoles, 4 de febrero de 2009

2018: LA ESCUELA DEL FUTURO


El desarrollo actual de las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación, junto a las últimas investigaciones en metodología pedagógica, permiten suponer que se avecinan cambios revolucionarios en la actividad docente, si no a corto plazo, sí a medio y largo plazo. No es desacertado pensar en una escuela del futuro en la que las relaciones entre alumnos y profesores han alcanzado más altas cotas de dinamismo y vitalidad, debido a la incursión de las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación en el aula.
Las aulas del futuro estarán equipadas de ordenadores con conexión wifi de banda ancha a Internet, y con pizarras digitales interactivas. Los alumnos no tendrán que llevar libros (formato papel) en las mochilas, sino un ordenador extra-plano con pantalla tamaño DIN A-4 que contendrá en su memoria una gran biblioteca con todos los libros de texto de las diferentes materias, libros de consulta, cuadernos de ejercicios y actividades, agenda, etc. De este modo, los alumnos del año 2018 no tendrán la necesidad de utilizar el bolígrafo y los folios, nada más que, en las asignaturas que requieran de forma específica su utilización, por ejemplo en los cursos de Enseñanza Primaria su presencia seguirá siendo necesaria, ya que, es en estos cursos cuando los niños aprenden a escribir. En los demás casos, los alumnos del futuro utilizarán el ordenador como principal herramienta de trabajo, para aprender, hacer consultas, resúmenes y esquemas, resolver ejercicios, hacer comentarios, y en general, realizar todo tipo de actividades de enseñanza-aprendizaje.
Es posible que los contenidos de las materias tradicionales (Matemáticas, Lengua, Sociales, Física, etc) no sean muy diferentes a los actuales, sí pienso que pueda haber ligeros cambios en los currícula, si bien los cambios más acusados se producirán en los últimos cursos de la Enseñanza Secundaria. Sin embargo, es posible que se originen grandes cambios en los currícula de las asignaturas tecnológicas ( Tecnologías, Tecnologías de la información y la Comunicación, Tecnología Industrial, Ciclos formativos de Electrónica, Robótica, Informática, Mecánica, etc.), ya que, estas disciplinas experimentan cambios vertiginosos, a un ritmo muy acelerado, resultado de la sociedad capitalista altamente tecnificada, dónde la maquinaria del sistema se alimenta de la incesante innovación tecnológica. Como ya apuntaba H. Marcuse, en la década de los sesenta, el capitalismo se sustenta en la programación de la obsolescencia de los instrumentos de producción que operan en el sistema.
Es factible, en la escuela del futuro, que el currículum de cada asignatura sea flexible y configurable en el aula. De esta manera, los alumnos serán partícipes en la elección de los contenidos que desean aprender, respetando, en última instancia, los contenidos mínimos oficiales. Por otro lado, no creo que la educación del futuro prescinda de los libros de texto, pues éstos, en mi opinión, son necesarios para impartir una enseñanza de calidad; lo que sí cambiará será el formato, pasaremos del formato papel al formato digital, aprovechando las nuevas tecnologías multimedia para que estos libros incorporen voz y movimiento en sus presentaciones, a través de medios informáticos audiovisuales. También, estoy convencido de que se producirán grandes cambios en la metodología utilizada en las actividades de aprendizaje: los alumnos trabajarán en equipo, realizarán webquest, participarán en blogs, wikis, etc., de esta manera, el aula se convertirá, más en un espacio de aprendizaje, que de enseñanza.
Los equipos directivos y los equipos docentes, en la escuela del año 2018, serán más creativos, inquietos e innovadores, preocupados por mejorar la calidad de la educación y el proceso de aprendizaje de los alumnos.
Las escuelas del futuro serán más abiertas, más flexibles y participativas, no solo en la formación de los alumnos, sino también prestando servicios de asesoria más eficientes a los padres. Participarán en proyectos colaborativos con centros de otras ciudades y otros paises. También habrá un mayor flujo e intercambio de información y experiencias entre los centros educativos, tanto a nivel local como a nivel global.
Por último, para finalizar, no sé si los alumnos y alumnas del 2018 serán más o menos felices que los actuales, sin embargo hay razones para pensar que estarán más motivados para asistir y aprender en los centros educativos del futuro, debido al dinamismo de la metodología que se utilizará y a la introducción y uso de las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación. Una vez más, la tecnología será un elemento determinante en la evolución de una de las instituciones más importantes de la sociedad: la Educación.
Lecturas recomendadas:
- Alfonso Gutierrez Martín: Educación multimedia y nuevas Tecnologías.
- Pedro Montaner y Rafael Moyano: ¿Cómo nos comunicamos?. Del gesto a la Telemática.