martes, 23 de noviembre de 2010

HACIA UN MODELO DE RACIONALIDAD PRAGMÁTICA

Con este artículo me propongo explorar un modelo de racionalidad dialógica acorde con la contemporaneidad postmoderna propia del nuevo siglo. Tal modelo, bien puede ser un modelo de racionalidad pragmática en el que el valor referencial de los enunciados cede el paso a las intenciones del hablante; en este sentido, la semántica no concierne ya al valor de verdad de los enunciados, sino más bien a su valor argumentativo. Esto implica el uso de un modelo de racionalidad, no ya universalista basada en la absolutización y atrincheramiento de los significados, sino de un tipo de racionalidad que utiliza una red o conjunto de secuencias discursivas cuya fuerza de convicción se apoya en el grado de relevancia de las proposiciones. Con este nuevo concepto de racionalidad, no cabe duda, sentimos la necesidad imperiosa de formular la cuestión de si es posible, y si lo es en qué medida lo es, describir los valores de verdad, en base a un principio de fuerza argumentativa o de relevancia, como valores derivados pragmáticamente de la construcción discursiva y con capacidad de suministrar modelos de diálogo válidos en los diferentes escenarios culturales; o si por el contrario, en el supuesto caso de que no fuera posible articular unos criterios interculturales de verdad, entonces nos veríamos abocados a contemplar un escenario de múltiples racionalidades autárquicas, en el que cada cultura haría gala de una racionalidad propia, autosuficiente, encerrada en sí misma y sin posiblidad de diálogo con el resto de las culturas.

El modelo de racionalidad pragmática en el que se apoya la teoría de la argumentación de Jean-Claude Anscombre y Oswald Ducrot trata el sentido de los enunciados desde una perspectiva polisémica, es decir, no minusvalora ninguno de los diversos significados que pueden tener los enunciados, pues considera que la objetividad monosémica de la enunciación es pura ilusión y otorga, en consecuencia, una prioridad absoluta a la subjetividad del hablante. En esta teoría, el sentido de los enunciados se concibe como una reconstrucción semántica realizada a través de una especie de diálogo entre diferentes voces o puntos de vista que el locutor tiene la responsabilidad de descubrir. Bajo esta concepción, el sentido de los enunciados se presenta como la cristalización de distintos puntos de vista introducidos por el hablante. De aquí se deduce que detrás de cada enunciado no habría solo una persona hablando, sino una multiplicidad de ellas, con lo cual se rompe con la idea de la unicidad del sujeto hablante. Otra consecuencia de esta teoría es que la enunciación es entendida como una instancia autorreferencial y reflexiva, es decir, que la verdad o falsedad de los enunciados ya no se remite a una materialidad externa, sino a la propia argumentación discursiva. Por tanto, por el hecho de remitir a sí misma, queda anulada la función veritativa de la enunciación y el aspecto informativo de los enunciados tiene entonces un carácter derivado de los elementos argumentativos precedentes.
Esta teoría de argumentación pragmática, frente a la teoría tradicional de la argumentación, concibe la relación de implicación como una relación de orden lingüístico donde el movimiento argumentativo se encuentra determinado por la lengua. En una primera fase, la argumentación se concibe como una relación lógica de enunciados donde se concatenan dos segmentos de discurso: uno, el argumento y, otro, la conclusión (forma estándar de la argumentación). La segunda fase establece una teoría del topos; según esta teoría, el topos vincula el argumento a la conclusión, siendo éste el garante que asegura el trayecto argumentativo. Ahora , la argumentación ya no reside en la fuerza veritativa de los enunciados, sino en la fuerza con que los enunciadores convocan al topos. De esta manera, los encadenamientos argumentativos determinan semánticamente al argumento creando con ello una representación del referente. Por tanto, los principios que rigen los encadenamientos argumentativos dependen esencialmente de la propia estructura lingüística de las oraciones, y no sólo de su contenido. En consecuencia, esta teoría se propone como objetivo el análisis de las influencias y determinaciones derivadas de los encadenamientos lingüísticos que van a conformar la interpretación de los enunciados. Lo importante, nos viene a decir esta teoría, no es tanto los contenidos informacionales de los enunciados como la forma de la argumentación discursiva.
Así pues, Anscombre y Ducrot formulan una teoría de la argumentación en la que diferentes argumentos, en función de su fuerza argumentativa, se relacionan formando clases argumentativas. Estas clases argumentativas, al poseer diferentes grados de fuerza, se organizan formando escalas argumentativas. De esta manera, se genera un tipo de lógica propia que evalúa las relaciones entre los contenidos proposicionales de un modo distinto a la lógica clásica. Este nuevo tipo de racionalidad discursiva entiende la relación de implicación de forma diferente a la implicación lógica tradicional, pues su validez se fundamenta sólo en elementos discursivos, es decir su fuerza argumentativa es la del propio discurso y no la de sus elementos referenciales. Para Ducrot, la lógica argumentativa se fundamenta en la conjunción de escalas argumentativas y de tópicos, siendo estos últimos, las reglas generales del razonamiento que establecen correspondencias entre dos o más escalas argumentativas. Así, los topoi se presentan como reglas generales, aceptadas por el sentido común de una comunidad lingüística, que funcionan como principios fundamentales en la regulación de las relaciones argumentativas del discurso racional.
Ahora bien, la teoría de Anscombre y Ducrot sólo se ocupa de aquello que deriva de las propiedades internas del sistema lingüístico soslayando, con ello, los elementos contextuales. Por tanto, no responde a una correcta interpretación de un modelo idóneo de argumentación racional, pues todo discurso racional viene determinado, no sólo por los elementos lingüísticos del sistema, sino también por otros elementos que dependen del contexto en el que se inscribe dicho discurso. De hecho una correcta interpretación no es posible sin tener en cuenta los mencionados elementos contextuales. Este tipo de fisuras, en cambio, no aparecen en la teoría de la relevancia de Dan Sperber y Deirdre Wilson, en la que los elementos situacionales juegan un papel fundamental a la hora de establecer un discurso argumentativo. La teoría de la relevancia se alinea con aquellas teorías que preconizan la idea de que no hay correspondencia biunívoca constante entre las proferencias proposicionales y las interpretaciones concretas de los enunciados. En otras palabras, que no siempre coincide lo expresado por el locutor con lo que quería decir. Ello sugiere la idea de que la representación semántica de las expresiones no designa significados únicos y concretos, sino significados variados y sujetos a condiciones situacionales. Son, precisamente, el entorno y el contexto las instancias portadoras de los elementos necesarios para una correcta interpretación, esto es, para salvar la distancia entre lo dicho y lo que se quiso decir. Esta distancia, según la teoría de Sperber y Wilson, sólo se salva poniendo en marcha complejos mecanismos inferenciales. Esto quiere decir que la argumentación racional no sólo consiste en codificar y descodificar información, sino también en encadenar argumentos discursivos en base a un principio de pertinencia.. Ahora bien, ¿cómo reconstruirá el destinatario el mensaje transmitido, si el principio de pertinencia que posee asigna diferentes grados de verdad a los contenidos del mensaje de los que asigna el principio de pertinencia del emisor?, ¿de qué manera realiza el destinatario este proceso de inferencia?. La inferencia es un proceso que genera un supuesto a partir de otro, pero ¿en base a qué?. Según Sperber y Wilson , cuando la inferencia extraída es la correcta, ello no se debe tanto a la validez de los procesos lógicos que intervienen, sino más bien a lo que al destinatario le parece más relevante. Pues, como afirma M. Victoria Escandell, la comprensión "funciona por medio de razonamientos heurísticos no enteramente falseables: en primer lugar, porque el destinatario no tiene una certeza absoluta sobre la intención comunicativa del emisor, sino que debe construir una hipótesis; en segundo lugar, porque incluso en las mejores condiciones posibles, el destinatario puede no acertar con esa intención comunicativa; y, en tercer lugar, porque incluso habiendo deducido correctamente cuál es la intención comunicativa, puede construir su inferencia sobre unos supuestos equivocados y llegar a una conclusión inadecuada". El proceso de reconstrucción del mensaje que se pretende transmitir, por tanto, tendrá lugar partiendo de la idea de que no todos los supuestos poseen el mismo grado de verdad. Pues, éste depende de la manera en que se ha adquirido el supuesto ( experiencia personal del individuo, transmisión por otras personas, etc.) y en la trazabilidad con que dicho supuesto persiste en la cosmovisión del individuo, ya que, el peso asignado a los supuestos suele variar con el tiempo, las circunstancias y la información que se posee en cada momento al respecto. En este sentido, la nueva información produce un impacto sobre la información que ya poseía el oyente, generando, con ello, una cantidad ingente de efectos cognitivos. Cuando el oyente deriva nuevos supuestos al combinar la nueva información con otras que ya poseía se dice que el efecto cognitivo ha producido implicaciones contextuales. Otros efectos cognitivos pueden ser el reforzamiento o aumento del grado de certeza de unos determinados supuestos o, por el contrario, la eliminación de antiguos supuestos que entran en contradicción con la nueva información.
A la vista de esta nueva noción de argumentación racional, se hace imprescindible la posesión de un lenguaje en sentido cognitivo, es decir, un sistema interno de representación que permite procesar y almacenar información. Pero, aún así nos hacemos la siguiente pregunta: ¿cómo llega el destinatario del discurso argumentativo a hacerse cargo del conjunto de supuestos que el emisor considera pertinentes para la correcta comprensión del discurso?. Según la teoría de la relevancia, lo que el oyente hace es seleccionar la primera interpretación que se le ocurre y combinarla con los supuestos más accesibles en ese momento con la finalidad de derivar la mayor cantidad de efectos contextuales con el mínimo esfuerzo justificable. De esta manera, Sperber y Wilson formulan dos principios básicos sobre la noción de relevancia:
1) Principio cognitivo de relevancia, según el cual, la cognición humana tiende a la maximización de la pertinencia seleccionando y procesando los supuestos que tienen una mayor producción de implicaciones contextuales, refuerzos y eliminaciones con un esfuerzo de razonamiento mínimo.
2) Principio comunicativo de relevancia, según el cual, todo acto de comunicación conlleva la presunción de su propia relevancia óptima.
Estos principios guían al destinatario en la reconstrucción de las intenciones del emisor en todos aquellos aspectos en los que la codificación no proporciona luces específicas sobre las mismas. Pero, además, la presunción de relevancia del segundo principio no sólo ayuda a explicar la interpretación, sino que actúa también como principio organizador de la emisión de enunciados. El emisor, siguiendo el principio de cooperación de Grice, tendrá que seleccionar de entre todos los enunciados posibles aquél que para su interlocutor pueda dar lugar a una mayor cantidad de efectos contextuales con el mínimo coste de pensamiento. El oyente, por tanto, construye la interpretación deseada por el hablante a partir de la proferencia de una serie de enunciados emitidos por éste. Esto supone que el oyente, además de realizar operaciones de descodificación de los enunciados recibidos, debe realizar una serie de cálculos y toma de decisiones racionales a partir de la información que recibe del entorno o que selecciona de su memoria. A partir de esta información y en base al principio de relevancia, el oyente reconstruye, mediante la formulación de hipótesis, las intenciones del emisor respecto al contenido que deseaba transmitir.
A la vista de todo lo expuesto hasta el momento, se puede apreciar cómo el contexto es un factor decisivo en el proceso de interpretación de los enunciados. Ahora bien, ¿cómo se delimita el contexto?, es decir, ante la multiplicidad de elementos situacionales que se presentan en todo proceso comunicativo, tanto para el emisor como para el destinatario, ¿qué elementos debe elegir el oyente para realizar una interpretación correcta?. Según Sperber y Wilson , el contexto nunca viene dado de antemano, sino que el destinatario lo elige en cada momento. Es el oyente el que decide interpretar un elemento contextual como algo que puede ser relevante para la interpretación del enunciado. En base al principio cognitivo de relevancia, el destinatario de un enunciado elige entre su conjunto total de supuestos aquellos que le conducen a la interpretación más relevante posible, es decir aquella que con un coste de procesamiento mínimo produzca la mayor cantidad posible de efectos contextuales. Por tanto, el contexto no viene nunca dado, sino que es elegido por el oyente, guiado por el principio cognitivo de la relevancia.
La relevancia no es una característica intrínseca de las locuciones. Se trata, más bien, de una propiedad que surge de la interacción entre los enunciados y el contexto, esto es, entre las proferencias del hablante y de su particular conjunto de supuestos de una situación concreta. De esta manera, lo que puede ser relevante para alguien, puede no serlo para otra persona, o puede no serlo para él mismo en otro momento dado o en otras circunstancias. Esta propiedad acarrea considerables consecuencias que salen a la luz cuando se analiza el proceso de la comunicación verbal. Ante el discurso ostensivo del hablante, el destinatario pone en marcha, de forma automática, diferentes tipos de procesos, desde la descodificación mecánica del mensaje hasta los procesos inferenciales de desambiguación, asignación de referentes e identificación de las intenciones del locutor. Una parte del contenido del mensaje será explícita, mientras que el resto será implícita; debiendo ésta deducirse, por medio de procesos inferenciales, a partir de supuestos anteriores. Sin embargo, no sólo en la determinación del componente implícito se producen procesos inferenciales, sino que también se presentan en la identificación del contenido explícito. En efecto, esto es debido a que en el proceso de codificación y descodificación de la información los códigos utilizados no son monosémicos, sino que cada código va asociado a diferentes significados. Por ello, el destinatario del mensaje tiene que decidir (proceso inferencial) a qué se está refiriendo el emisor. Por lo tanto, la determinación del material explícito combina procesos de descodificación con otros que infieren a partir de supuestos contextuales. Tales procesos, el destinatario los realiza observando el principio de relevancia.
El fenómeno de la identificación de las implicaturas se presenta más interesante desde el momento en que se constituye el el objetivo principal de la interpretación. Tal tarea, por parte del oyente, no termina una vez que ha recibido las locuciones del hablante. Toda nueva proposición recibida ha de ser integrada con los supuestos que posee el intérprete. Esta integración, a su vez, provoca nuevas implicaciones que, en principio, pueden o no coincidir con la información que deseaba transmitir el hablante, pero cuya coincidencia será mayor en la medida en que el hablante haya observado el principio de cooperación y racionalidad que permitirá al oyente derivar la información que no se haya hecho explícita. Estas nuevas implicaciones y supuestos serán seleccionados por el oyente conforme le resulten más accesibles con el menor esfuerzo de procesamiento. En este sentido, las nuevas implicaciones vendrán determinadas por las situaciones contextuales que abarcan, en palabras de Vicente Cruz, "información obtenida del entorno físico inmediato, de locuciones previas o de cualquier pieza de información que el individuo posea y que haga intervenir en el proceso. En cada momento, unos supuestos serán más accesibles que otros". En consecuencia, las situaciones contextuales posibles se van incrementando ante las sucesivas ampliaciones del contexto. En este sentido, la memoria enciclopédica del individuo, organizada en proposiciones y esquemas de supuestos que permiten a su vez el acceso a nueva información, podría estar sometida a un proceso de expansión ilimitado. No obstante, este proceso, al estar regulado por el principio de relevancia, cesa en el momento en que el oyente ha satisfecho sus expectativas de relevancia óptima, esto es, cuando el destinatario ha escogido la interpretación que le ha resultado más accesible.
Ahora bien, si, por un lado, el oyente se rige por el principio comunicativo de relevancia en los procesos interpretativos, y, por otro, el hablante observa el principio de cooperación de Grice, ¿no sería más relevante y menos expuesto a malentendidos el expresar explícitamente el contenido que se pretende comunicar? Tal vez sí, sin embargo, debido a la riqueza del lenguaje y a la capacidad racional que poseen los interlocutores, el emisor aprovecha estas características para comunicarse con el mínimo esfuerzo, esto es, explicitando una pequeña cantidad de información y dejando el resto implícita, confiando con ello en la capacidad racional de reconstrucción por parte del destinatario. Por otro lado, como afirma M. Victoria Escandell: "la interpretación que se logra resulta mucho más rica que la que se obtendría simplemente con una respuesta totalmente directa. En este sentido, la relevancia aumenta, porque procesando un solo enunciado se hace manifiesta una gran cantidad de supuestos. La fuerza con que el emisor sostiene tales supuestos es muy alta para las premisas y conclusiones implicadas, y muy baja para los contenidos insinuados, lo cual le proporciona, de paso, un buen sistema para inducir al otro a tomar en consideración dichos supuestos sin que se le pueda imputar apenas ninguna responsabilidad sobre ellos". Es, por tanto, la capacidad heurística de generar implicaturas la que justifica la observación del principio de relevancia que trae consigo el enriquecimiento del proceso de comunicación. De esta manera, cuanto mayor es el número de implicaturas transmitidas en un enunciado, mayor será la acción del principio de relevancia en el proceso de interpretación del oyente.
Juan Mª de las Heras,
Septiembre de 2001

Lecturas recomendadas:
Anscombre, J-C y Ducrot, O.: La argumentación en la lengua.
Escandell Vidal, M.V.: Introducción a la pragmática.
Sperber, D. y Wilson, D.: La relevancia.
Vicente Cruz, B.: La teoría de la pertinencia

viernes, 19 de noviembre de 2010

LA RACIONALIDAD DE LA POSTMODERNIDAD

En la actualidad, la postmodernidad constituye el momento álgido en el que se desarrolla una especie de dispersión de la razón moderna, donde racionalidad y sujeto son objeto de un movimiento de des-construcción y desmantelamiento de sus estructuras totalizantes. La crisis de la racionalidad moderna junto a la ausencia de fundamentos que avalen un potencial regreso a un tipo de racionalidad pre-moderna que pudiera sustituir a aquella traen como consecuencia la búsqueda de una nueva racionalidad pensada desde la contemporaneidad que nos constituye. En las tesis pre-modernas (Bell, MacIntyre, Milbank, etc.) se da la paradoja de que si, por un lado se acepta el fracaso y el rechazo de la racionalidad moderna, por otro lado, se recurre a un tipo de racionalidad cuyo fracaso quedó demostrado con el advenimiento de la Ilustración. Desde esta perspectiva, en rigor, las tesis reformistas (Habermas, Giddens, Jameson, Bauman, etc.) presentan una coherencia más sólida que las tesis pre-modernas, pues si la razón ha entrado en crisis, esto no implica que los ideales de la Ilustración hayan muerto, sino, en todo caso, que la racionalidad utilizada no ha sido la adecuada. Se necesitaría, por tanto, la puesta en marcha de un proceso de crítica sistemática de la razón moderna que sea capaz de recuperar las ilusiones perdidas de la Ilustración. En este sentido, mientras el reformista Jürgen Habermas apuesta por un modelo de racionalidad sustantiva amparada bajo los auspicios de la acción comunicativa, los pensadores postmodernos reclaman un modelo de racionalidad formal que permita el libre juego de las diferencias. Desde este nuevo horizonte, Frederic Jameson observa, en el rechazo postmoderno de la razón ilustrada, la posibilidad de un concepto nuevo de totalidad basado en el respeto de las diferencias. Esta noción no negaría simplemente la razón totalizante y su sujeto, sino que, más bien, iniciaría un movimiento de autotrascendencia. Sin embargo, para los pensadores postmodernos como Jean-François Lyotard, Jacques Derrida o Michel Foucault, el postmodernismo aparece como un movimiento de deslegitimación de la razón moderna, pues la ruptura con la razón totalizante representa el adios a las grandes narraciones y el rechazo de las formas futuristas de pensamiento totalizante. Esto implica la negación del sentido y del concepto de representación tradicional, es decir, la negación del sujeto como fundamento constituyente del sentido o, en otras palabras, la idea de que el sujeto con sus representaciones e intenciones es la fuente del significado. Por lo tanto, la racionalidad en la postmodernidad ya no busca refugio en la teoría de los signos lingüísticos, en la que el usuario de los signos es dueño y señor del significado al asignar a un término un significado ya dado. Con esta negación, cuyo primer exponente fue Ludwig Wittgenstein, se introduce una nueva crítica a la filosofía del lenguaje, incorporando una nueva forma de escepticismo que destruye al sujeto como autor de la asignación de significado. De esta manera, las relaciones de significado se reducen, como afirma Lyotard, a juegos de lenguaje. Pero, juegos que representan formas de vida, conjuntos de actividades lingüísticas, instituciones culturales, prácticas políticas y sociales, etc. que encarnan una multiplicidad heterogénea de significados, donde los conceptos se relacionan entre sí formando un contínuo variable de resonancias y modulaciones en constante movimiento y cambio. Esto indica la existencia de una práctica intersubjetiva cuyo modelo cognoscitivo es el resultado de la afirmación de las diferencias, del respeto cultural y, en definitiva, del diálogo no distorsionado entre las diversas culturas. Lyotard, desde esta perspectiva, negando la validez de la razón estratégica en la que se ha sumido la modernidad, llega a la conclusión de que las posibilidades no realizadas de la modernidad siguen vigentes en su pluralismo y diferencias. La postmodernidad, en este caso, no representa ya la muerte de la modernidad, sino su continuación aún no concluida. Desde esta óptica, el pensamiento postmoderno no impugna las finalidades de la cultura moderna, sino los métodos empleados por ella para su consecución. Pero entonces no podemos soslayar que lo que el pensamiento postmoderno echa en cara a la modernidad es que haya olvidado el pluralismo que le es constituyente al formular narraciones en las que el sentido ha quedado cancelado en una unidad cerrada. Han sido los propios elementos de la modernidad (subjetividad, progreso histórico, universalidad del lenguaje, etc.) los que han llevado a determinar la dialéctica de la postmodernidad: los juegos de lenguaje, la afirmación de las diferencias y, en definitiva, el fin del sujeto, de la historia y de la razón totalizante.
Ahora bien, las implicaciones de la disolución del sujeto como autor y juez del significado da origen a la construcción de los conceptos y las posibilidades de autoafirmación individual a través del respeto de las diferencias que constituye a las diversas individualidades. Así pues, la postmodernidad inaugura el pensamiento que, huyendo de la universalidad, opera en términos de racionalidad abierta; es decir, en términos de racionalidades particulares ontológicas y en clara armonía con el modelo de sociedad que nos asiste. Pues, al pensar la postmodernidad como la lógica cultural del capitalismo tardío, irremediablemente, la racionalidad moderna se resquebraja y disuelve bajo la acción corrosiva del mercantilismo imperante en las sociedades capitalistas. Todo se convierte en artículo de consumo, incluso el significado, la verdad y el conocimiento. Y con ello, los ideales universales de la modernidad ceden su lugar a múltiples y fluctuantes voces, desvaneciendose la esperanza de atenerse a una forma de racionalidad unificada. Por lo tanto, si aceptamos la postmodernidad como crítica de la racionalidad moderna y como nueva forma de encaminar el pensamiento filosófico, político y social, debemos adoptar un tipo de racionalidad intersubjetiva y múltiple, basada en el respeto y afirmación de las diferencias y, en suma, en el diálogo de las culturas, pues, la quiebra del universalismo lingüístico desvela la pluralidad de los lenguajes particulares que acampan tras las diferentes culturas. Tal pluralidad pone en cuestión la universalidad de sentido y disloca, con ello, sus referentes históricos conceptuales destruyendo los pretendidos procesos de objetivación de la razón moderna y su unidireccionalidad hermenéutica. Esto quiere decir que la razón tiene que contar con un mundo no unitario, sino diferenciado en el que la fragmentación del sentido y de los lenguajes que lo soportan constituyen lo dado, lo existente o lo devenido. Y como lo dado son los mundos de las diferentes culturas, entonces el modelo de racionalidad que debemos adoptar es aquel que mejor refleje la realidad contemporánea, esto es, el que reune los valores de respeto y diálogo sin condiciones y sin exclusiones arbitrarias hacia las diversas culturas.
Lecturas recomendadas:
Derrida, J.: La diseminación
Derrida, J.: La escritura y la diferencia
Jameson, F.: Teoría de la postmodernidad
Lyon, D.: Postmodernidad
Lyotard, J-F.: La condición postmoderna
Picó, J.: Modernidad y postmodernidad




jueves, 4 de noviembre de 2010

MOVIMIENTOS POSTMODERNOS

Frente a la crisis de la racionalidad moderna han surgido una serie de movimientos intelectuales que tratan de dar respuesta, cada uno a su manera, a la cuestión de si es posible la reconstrucción de un nuevo proyecto emancipatorio a través de una racionalidad más débil que la preconizada por la Ilustración, basada no ya en unos contenidos sustantivos de orden único, sino en unas estructuras formales capaces de conformar unos ideales emancipatorios globales, desde una perspectiva omniabarcante donde las diferencias culturales jueguen un papel decisivo. Aunque las respuestas han sido múltiples, todas ellas pueden encuadrarse en alguno de los siguientes movimientos intelectuales: el neo-conservadurismo de Bell, MacIntyre, Milbank, etc., el reformismo de Habermas, Giddens, Jameson, Bauman, etc., y, finalmente, el postmodernismo, propiamente dicho, de Lyotard, Foucault, Baudrillard, Cixous, etc.

1. El movimiento neo-conservador

El movimiento neo-conservador se enfrenta a la crisis del proyecto ilustrado proclamando la muerte de la razón moderna. Tanto Bell como MacIntyre o Milbank, tratan de buscar el restablecimiento de una religiosidad secular que sea capaz de ocupar el vacío dejado por la razón ilustrada. Alasdair MacIntyre, en su ensayo "Tras la virtud", se sitúa en una posición pre-moderna al elegir un estado de moralidad de corte aristotélico frente a la ausencia de moralidad ontológica preconizada por Nietzsche. MacIntyre opina que un proyecto emancipatorio es real y factible si la virtud y el sistema político se funden en una unidad genuina. En consecuencia, la educación de los ciudadanos en las virtudes aristotélicas adquiere un papel decisivo.
Daniel Bell, por su parte, atribuye la responsabilidad de la crisis de la razón moderna a la disolución de la ética protestante y al surgimiento del individualismo hedonista que ha acompañado al desarrollo del capitalismo tardío. Con la aparición del individualismo postmoderno se abandona la confianza hacia cualquier proyecto emancipatorio; no se cree en el progreso ni en la transformación social, pues el modo de vida individual y narcisista, propio de las sociedades capitalistas occidentales, ha minado toda esperanza en el establecimiento de un nuevo orden, basado en la justicia social, que sea capaz de articular las vías necesarias para el desarrollo de un proyecto de liberación global. En las sociedades postmodernas, el placer y el estímulo de los sentidos se convierten en los valores por antonomasia de la vida cotidiana. Como afirma Josep Picó: "Al absorber al individuo en la carrera por el nivel de vida, al legitimar la búsqueda de la realización personal, al acosarlo con imágenes, informaciones, cultura, la sociedad del bienestar ha generado una atomización y fragmentación de la vida como totalidad. Con el universo de los objetos, de la publicidad y los mass media , la vida cotidiana y el individuo han sido incorporados al proceso de la moda, y de la obsolescencia acelerada: la realización plena del individuo coincide con su fugacidad". En consecuencia, Bell opina que el restablecimiento de la religiosidad como modelo de racionalidad es la vía para erradicar las condiciones que han propiciado la crisis del proyecto moderno, es decir, el orden hedonista al que, paradójicamente, nos ha conducido la razón ilustrada.
Otra ofensiva contra la Ilustración, semejante a la de Bell o MacIntyre, es la de Grant y Milbank. Ambos acuden a fuentes platónicas y cristianas en busca de una moralidad con la que impregnar la tecnociencia moderna. La razón secular de la Ilustración es vista como la fuente de todos los males que aquejan a las sociedades modernas y postmodernas, alcanzando su máxima virulencia en el nihilismo nietzscheano.

2. El movimiento reformista.

Por su parte, los intelectuales reformistas aceptan la crisis de la racionalidad moderna a la vez que consideran una resolución dentro del marco modernista. Desde esta perspectiva, Jürgen Habermas desarrolla una nueva dialéctica de la Ilustración recuperando la esperanza en el proyecto emancipador de la racionalidad moderna. Para Habermas, el proyecto de la modernidad no está finiquitado; al contrario, es un proyecto inacabado al que le han surgido trabas impuestas por el sistema de producción capitalista. Habermas piensa que es necesario recuperar la racionalidad perdida mediante un proceso de crítica sistemática de los diferentes modos de racionalidad. Así pues, la táctica que debe seguir la teoría crítica se plantea como objetivo el desvelamiento del proceso de trastocamiento de la realidad social producido en las sociedades capitalistas, en aras de desarrollar un nuevo proceso de formulación y reconstrucción del proyecto emancipatorio propio de la modernidad. La patología actual de la modernidad sólo puede ser superada por medio de una noción sustantiva de la racionalidad comunicativa.
Anthony Giddens llega a conclusiones similares y ve la crisis de la modernidad como una fase más en el proceso de realización del proyecto emancipatorio, el cual, aún no ha concluido. Frederic Jameson propone, por su parte, el postmodernismo como la lógica cultural del capitalismo tardío y Zigmunt Bauman ve la postmodernidad como una nueva etapa de la modernidad que, lejos de estar enferma o deformada, representa una nueva realidad social con derecho propio, en la que el personaje central del proyecto emancipatorio, no es ya el trabajador, sino el consumidor.

3. El movimiento postmoderno.

Frente a los movimientos intelectuales anteriores se sitúan las tesis postmodernas que postulan la incredulidad en los grandes metarrelatos. Esta incredulidad procede de la crisis en la que la metafísica ha entrado con la proclamación nietzscheana de la muerte de Dios. Tal proclama representa la pérdida de todo fundamento trascendental. Esto significa, en palabras de Lyon, "que ya no podemos estar seguros de nada. La moralidad es una mentira; la verdad una ficción. Todo lo que queda es la opción dionisíaca de aceptar el nihilismo, de vivir sin engaños ni fingimiento, pero con entusiasmo y alegría. De aquí se sigue que la diferencia entre verdad y error ha desaparecido, es meramente ilusoria. Fuera del lenguaje y sus conceptos no hay nada que pueda constituir, como Dios, una garantía de la diferencia". Desde esta perspectiva, la función narrativa de los grandes metarrelatos explosiona, saltando por los aires una multiplicidad heterogénea de elementos lingüísticos narrativos. Para Jean-François Lyotard, el avance de las sociedades informatizadas ha conducido al surgimiento de nuevos lenguajes y juegos de lenguaje, cuyas reglas nadan en un mar heterogéneo de sentido. Así pues, el tipo de sociedad que se deduce de los análisis de Lyotard responde a una pragmática de partículas lingüísticas en la que interacciona una diversidad de lenguajes y juegos de lenguajes diferentes como consecuencia del desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, y la consecuente circulación de conocimientos a través de ellas. Las tecnologías de comunicación de masas, la expansión de las industrias de servicios y del ocio, y la multiplicación de la realidad virtual apoyada en la televisión, el cine y la informática, han provocado el cuestionamiento del significado tradicional de la realidad; pues, para que el significado tenga sentido es necesario asumir ciertos límites estables, estructuras fijas, apoyos sólidos y un consenso aceptado por una comunidad. Pero en un mundo dominado por los mass-media, el significado se desvanece, todo vale o eso parece, la realidad se confunde con un sin fín de simulacros, e incluso, las antiguas distinciones entre la cultura de élite y la de masas se tornan vacías por la incesante yuxtaposición en los nuevos medios de comunicación de masas.
De esta manera, los efectos corrosivos postmodernos han llegado a minar los fundamentos de los grandes proyectos ilustrados. Estos se nos presentan, ahora, como grandes ficciones, como superhistorias de progreso difícilmente creibles. Pero además no son sólo ficciones, como afirma Lyotard, también implican poder. Los análisis de Michel Foucault sobre los discursos ilustrados sugieren que la supuesta racionalidad de la que son portadores no reflejan más que situaciones de poder. En consecuencia, los grandes relatos han perdido su credibilidad, abriéndose paso con ello la tarea de la deconstrucción y el desenmascaramiento de la razón ilustrada.
Lecturas recomendadas:
Derrida, J.: La diseminación
Derrida, J.: La escritura y la diferencia
Escandell, M.V.: Introducción a la pragmática
Jameson, F.: Teoría de la postmodernidad
Lyon, D.: Postmodernidad
Lyotard, J-F.: La condición postmoderna
Picó, J.: Modernidad y postmodernidad