martes, 23 de noviembre de 2010

HACIA UN MODELO DE RACIONALIDAD PRAGMÁTICA

Con este artículo me propongo explorar un modelo de racionalidad dialógica acorde con la contemporaneidad postmoderna propia del nuevo siglo. Tal modelo, bien puede ser un modelo de racionalidad pragmática en el que el valor referencial de los enunciados cede el paso a las intenciones del hablante; en este sentido, la semántica no concierne ya al valor de verdad de los enunciados, sino más bien a su valor argumentativo. Esto implica el uso de un modelo de racionalidad, no ya universalista basada en la absolutización y atrincheramiento de los significados, sino de un tipo de racionalidad que utiliza una red o conjunto de secuencias discursivas cuya fuerza de convicción se apoya en el grado de relevancia de las proposiciones. Con este nuevo concepto de racionalidad, no cabe duda, sentimos la necesidad imperiosa de formular la cuestión de si es posible, y si lo es en qué medida lo es, describir los valores de verdad, en base a un principio de fuerza argumentativa o de relevancia, como valores derivados pragmáticamente de la construcción discursiva y con capacidad de suministrar modelos de diálogo válidos en los diferentes escenarios culturales; o si por el contrario, en el supuesto caso de que no fuera posible articular unos criterios interculturales de verdad, entonces nos veríamos abocados a contemplar un escenario de múltiples racionalidades autárquicas, en el que cada cultura haría gala de una racionalidad propia, autosuficiente, encerrada en sí misma y sin posiblidad de diálogo con el resto de las culturas.

El modelo de racionalidad pragmática en el que se apoya la teoría de la argumentación de Jean-Claude Anscombre y Oswald Ducrot trata el sentido de los enunciados desde una perspectiva polisémica, es decir, no minusvalora ninguno de los diversos significados que pueden tener los enunciados, pues considera que la objetividad monosémica de la enunciación es pura ilusión y otorga, en consecuencia, una prioridad absoluta a la subjetividad del hablante. En esta teoría, el sentido de los enunciados se concibe como una reconstrucción semántica realizada a través de una especie de diálogo entre diferentes voces o puntos de vista que el locutor tiene la responsabilidad de descubrir. Bajo esta concepción, el sentido de los enunciados se presenta como la cristalización de distintos puntos de vista introducidos por el hablante. De aquí se deduce que detrás de cada enunciado no habría solo una persona hablando, sino una multiplicidad de ellas, con lo cual se rompe con la idea de la unicidad del sujeto hablante. Otra consecuencia de esta teoría es que la enunciación es entendida como una instancia autorreferencial y reflexiva, es decir, que la verdad o falsedad de los enunciados ya no se remite a una materialidad externa, sino a la propia argumentación discursiva. Por tanto, por el hecho de remitir a sí misma, queda anulada la función veritativa de la enunciación y el aspecto informativo de los enunciados tiene entonces un carácter derivado de los elementos argumentativos precedentes.
Esta teoría de argumentación pragmática, frente a la teoría tradicional de la argumentación, concibe la relación de implicación como una relación de orden lingüístico donde el movimiento argumentativo se encuentra determinado por la lengua. En una primera fase, la argumentación se concibe como una relación lógica de enunciados donde se concatenan dos segmentos de discurso: uno, el argumento y, otro, la conclusión (forma estándar de la argumentación). La segunda fase establece una teoría del topos; según esta teoría, el topos vincula el argumento a la conclusión, siendo éste el garante que asegura el trayecto argumentativo. Ahora , la argumentación ya no reside en la fuerza veritativa de los enunciados, sino en la fuerza con que los enunciadores convocan al topos. De esta manera, los encadenamientos argumentativos determinan semánticamente al argumento creando con ello una representación del referente. Por tanto, los principios que rigen los encadenamientos argumentativos dependen esencialmente de la propia estructura lingüística de las oraciones, y no sólo de su contenido. En consecuencia, esta teoría se propone como objetivo el análisis de las influencias y determinaciones derivadas de los encadenamientos lingüísticos que van a conformar la interpretación de los enunciados. Lo importante, nos viene a decir esta teoría, no es tanto los contenidos informacionales de los enunciados como la forma de la argumentación discursiva.
Así pues, Anscombre y Ducrot formulan una teoría de la argumentación en la que diferentes argumentos, en función de su fuerza argumentativa, se relacionan formando clases argumentativas. Estas clases argumentativas, al poseer diferentes grados de fuerza, se organizan formando escalas argumentativas. De esta manera, se genera un tipo de lógica propia que evalúa las relaciones entre los contenidos proposicionales de un modo distinto a la lógica clásica. Este nuevo tipo de racionalidad discursiva entiende la relación de implicación de forma diferente a la implicación lógica tradicional, pues su validez se fundamenta sólo en elementos discursivos, es decir su fuerza argumentativa es la del propio discurso y no la de sus elementos referenciales. Para Ducrot, la lógica argumentativa se fundamenta en la conjunción de escalas argumentativas y de tópicos, siendo estos últimos, las reglas generales del razonamiento que establecen correspondencias entre dos o más escalas argumentativas. Así, los topoi se presentan como reglas generales, aceptadas por el sentido común de una comunidad lingüística, que funcionan como principios fundamentales en la regulación de las relaciones argumentativas del discurso racional.
Ahora bien, la teoría de Anscombre y Ducrot sólo se ocupa de aquello que deriva de las propiedades internas del sistema lingüístico soslayando, con ello, los elementos contextuales. Por tanto, no responde a una correcta interpretación de un modelo idóneo de argumentación racional, pues todo discurso racional viene determinado, no sólo por los elementos lingüísticos del sistema, sino también por otros elementos que dependen del contexto en el que se inscribe dicho discurso. De hecho una correcta interpretación no es posible sin tener en cuenta los mencionados elementos contextuales. Este tipo de fisuras, en cambio, no aparecen en la teoría de la relevancia de Dan Sperber y Deirdre Wilson, en la que los elementos situacionales juegan un papel fundamental a la hora de establecer un discurso argumentativo. La teoría de la relevancia se alinea con aquellas teorías que preconizan la idea de que no hay correspondencia biunívoca constante entre las proferencias proposicionales y las interpretaciones concretas de los enunciados. En otras palabras, que no siempre coincide lo expresado por el locutor con lo que quería decir. Ello sugiere la idea de que la representación semántica de las expresiones no designa significados únicos y concretos, sino significados variados y sujetos a condiciones situacionales. Son, precisamente, el entorno y el contexto las instancias portadoras de los elementos necesarios para una correcta interpretación, esto es, para salvar la distancia entre lo dicho y lo que se quiso decir. Esta distancia, según la teoría de Sperber y Wilson, sólo se salva poniendo en marcha complejos mecanismos inferenciales. Esto quiere decir que la argumentación racional no sólo consiste en codificar y descodificar información, sino también en encadenar argumentos discursivos en base a un principio de pertinencia.. Ahora bien, ¿cómo reconstruirá el destinatario el mensaje transmitido, si el principio de pertinencia que posee asigna diferentes grados de verdad a los contenidos del mensaje de los que asigna el principio de pertinencia del emisor?, ¿de qué manera realiza el destinatario este proceso de inferencia?. La inferencia es un proceso que genera un supuesto a partir de otro, pero ¿en base a qué?. Según Sperber y Wilson , cuando la inferencia extraída es la correcta, ello no se debe tanto a la validez de los procesos lógicos que intervienen, sino más bien a lo que al destinatario le parece más relevante. Pues, como afirma M. Victoria Escandell, la comprensión "funciona por medio de razonamientos heurísticos no enteramente falseables: en primer lugar, porque el destinatario no tiene una certeza absoluta sobre la intención comunicativa del emisor, sino que debe construir una hipótesis; en segundo lugar, porque incluso en las mejores condiciones posibles, el destinatario puede no acertar con esa intención comunicativa; y, en tercer lugar, porque incluso habiendo deducido correctamente cuál es la intención comunicativa, puede construir su inferencia sobre unos supuestos equivocados y llegar a una conclusión inadecuada". El proceso de reconstrucción del mensaje que se pretende transmitir, por tanto, tendrá lugar partiendo de la idea de que no todos los supuestos poseen el mismo grado de verdad. Pues, éste depende de la manera en que se ha adquirido el supuesto ( experiencia personal del individuo, transmisión por otras personas, etc.) y en la trazabilidad con que dicho supuesto persiste en la cosmovisión del individuo, ya que, el peso asignado a los supuestos suele variar con el tiempo, las circunstancias y la información que se posee en cada momento al respecto. En este sentido, la nueva información produce un impacto sobre la información que ya poseía el oyente, generando, con ello, una cantidad ingente de efectos cognitivos. Cuando el oyente deriva nuevos supuestos al combinar la nueva información con otras que ya poseía se dice que el efecto cognitivo ha producido implicaciones contextuales. Otros efectos cognitivos pueden ser el reforzamiento o aumento del grado de certeza de unos determinados supuestos o, por el contrario, la eliminación de antiguos supuestos que entran en contradicción con la nueva información.
A la vista de esta nueva noción de argumentación racional, se hace imprescindible la posesión de un lenguaje en sentido cognitivo, es decir, un sistema interno de representación que permite procesar y almacenar información. Pero, aún así nos hacemos la siguiente pregunta: ¿cómo llega el destinatario del discurso argumentativo a hacerse cargo del conjunto de supuestos que el emisor considera pertinentes para la correcta comprensión del discurso?. Según la teoría de la relevancia, lo que el oyente hace es seleccionar la primera interpretación que se le ocurre y combinarla con los supuestos más accesibles en ese momento con la finalidad de derivar la mayor cantidad de efectos contextuales con el mínimo esfuerzo justificable. De esta manera, Sperber y Wilson formulan dos principios básicos sobre la noción de relevancia:
1) Principio cognitivo de relevancia, según el cual, la cognición humana tiende a la maximización de la pertinencia seleccionando y procesando los supuestos que tienen una mayor producción de implicaciones contextuales, refuerzos y eliminaciones con un esfuerzo de razonamiento mínimo.
2) Principio comunicativo de relevancia, según el cual, todo acto de comunicación conlleva la presunción de su propia relevancia óptima.
Estos principios guían al destinatario en la reconstrucción de las intenciones del emisor en todos aquellos aspectos en los que la codificación no proporciona luces específicas sobre las mismas. Pero, además, la presunción de relevancia del segundo principio no sólo ayuda a explicar la interpretación, sino que actúa también como principio organizador de la emisión de enunciados. El emisor, siguiendo el principio de cooperación de Grice, tendrá que seleccionar de entre todos los enunciados posibles aquél que para su interlocutor pueda dar lugar a una mayor cantidad de efectos contextuales con el mínimo coste de pensamiento. El oyente, por tanto, construye la interpretación deseada por el hablante a partir de la proferencia de una serie de enunciados emitidos por éste. Esto supone que el oyente, además de realizar operaciones de descodificación de los enunciados recibidos, debe realizar una serie de cálculos y toma de decisiones racionales a partir de la información que recibe del entorno o que selecciona de su memoria. A partir de esta información y en base al principio de relevancia, el oyente reconstruye, mediante la formulación de hipótesis, las intenciones del emisor respecto al contenido que deseaba transmitir.
A la vista de todo lo expuesto hasta el momento, se puede apreciar cómo el contexto es un factor decisivo en el proceso de interpretación de los enunciados. Ahora bien, ¿cómo se delimita el contexto?, es decir, ante la multiplicidad de elementos situacionales que se presentan en todo proceso comunicativo, tanto para el emisor como para el destinatario, ¿qué elementos debe elegir el oyente para realizar una interpretación correcta?. Según Sperber y Wilson , el contexto nunca viene dado de antemano, sino que el destinatario lo elige en cada momento. Es el oyente el que decide interpretar un elemento contextual como algo que puede ser relevante para la interpretación del enunciado. En base al principio cognitivo de relevancia, el destinatario de un enunciado elige entre su conjunto total de supuestos aquellos que le conducen a la interpretación más relevante posible, es decir aquella que con un coste de procesamiento mínimo produzca la mayor cantidad posible de efectos contextuales. Por tanto, el contexto no viene nunca dado, sino que es elegido por el oyente, guiado por el principio cognitivo de la relevancia.
La relevancia no es una característica intrínseca de las locuciones. Se trata, más bien, de una propiedad que surge de la interacción entre los enunciados y el contexto, esto es, entre las proferencias del hablante y de su particular conjunto de supuestos de una situación concreta. De esta manera, lo que puede ser relevante para alguien, puede no serlo para otra persona, o puede no serlo para él mismo en otro momento dado o en otras circunstancias. Esta propiedad acarrea considerables consecuencias que salen a la luz cuando se analiza el proceso de la comunicación verbal. Ante el discurso ostensivo del hablante, el destinatario pone en marcha, de forma automática, diferentes tipos de procesos, desde la descodificación mecánica del mensaje hasta los procesos inferenciales de desambiguación, asignación de referentes e identificación de las intenciones del locutor. Una parte del contenido del mensaje será explícita, mientras que el resto será implícita; debiendo ésta deducirse, por medio de procesos inferenciales, a partir de supuestos anteriores. Sin embargo, no sólo en la determinación del componente implícito se producen procesos inferenciales, sino que también se presentan en la identificación del contenido explícito. En efecto, esto es debido a que en el proceso de codificación y descodificación de la información los códigos utilizados no son monosémicos, sino que cada código va asociado a diferentes significados. Por ello, el destinatario del mensaje tiene que decidir (proceso inferencial) a qué se está refiriendo el emisor. Por lo tanto, la determinación del material explícito combina procesos de descodificación con otros que infieren a partir de supuestos contextuales. Tales procesos, el destinatario los realiza observando el principio de relevancia.
El fenómeno de la identificación de las implicaturas se presenta más interesante desde el momento en que se constituye el el objetivo principal de la interpretación. Tal tarea, por parte del oyente, no termina una vez que ha recibido las locuciones del hablante. Toda nueva proposición recibida ha de ser integrada con los supuestos que posee el intérprete. Esta integración, a su vez, provoca nuevas implicaciones que, en principio, pueden o no coincidir con la información que deseaba transmitir el hablante, pero cuya coincidencia será mayor en la medida en que el hablante haya observado el principio de cooperación y racionalidad que permitirá al oyente derivar la información que no se haya hecho explícita. Estas nuevas implicaciones y supuestos serán seleccionados por el oyente conforme le resulten más accesibles con el menor esfuerzo de procesamiento. En este sentido, las nuevas implicaciones vendrán determinadas por las situaciones contextuales que abarcan, en palabras de Vicente Cruz, "información obtenida del entorno físico inmediato, de locuciones previas o de cualquier pieza de información que el individuo posea y que haga intervenir en el proceso. En cada momento, unos supuestos serán más accesibles que otros". En consecuencia, las situaciones contextuales posibles se van incrementando ante las sucesivas ampliaciones del contexto. En este sentido, la memoria enciclopédica del individuo, organizada en proposiciones y esquemas de supuestos que permiten a su vez el acceso a nueva información, podría estar sometida a un proceso de expansión ilimitado. No obstante, este proceso, al estar regulado por el principio de relevancia, cesa en el momento en que el oyente ha satisfecho sus expectativas de relevancia óptima, esto es, cuando el destinatario ha escogido la interpretación que le ha resultado más accesible.
Ahora bien, si, por un lado, el oyente se rige por el principio comunicativo de relevancia en los procesos interpretativos, y, por otro, el hablante observa el principio de cooperación de Grice, ¿no sería más relevante y menos expuesto a malentendidos el expresar explícitamente el contenido que se pretende comunicar? Tal vez sí, sin embargo, debido a la riqueza del lenguaje y a la capacidad racional que poseen los interlocutores, el emisor aprovecha estas características para comunicarse con el mínimo esfuerzo, esto es, explicitando una pequeña cantidad de información y dejando el resto implícita, confiando con ello en la capacidad racional de reconstrucción por parte del destinatario. Por otro lado, como afirma M. Victoria Escandell: "la interpretación que se logra resulta mucho más rica que la que se obtendría simplemente con una respuesta totalmente directa. En este sentido, la relevancia aumenta, porque procesando un solo enunciado se hace manifiesta una gran cantidad de supuestos. La fuerza con que el emisor sostiene tales supuestos es muy alta para las premisas y conclusiones implicadas, y muy baja para los contenidos insinuados, lo cual le proporciona, de paso, un buen sistema para inducir al otro a tomar en consideración dichos supuestos sin que se le pueda imputar apenas ninguna responsabilidad sobre ellos". Es, por tanto, la capacidad heurística de generar implicaturas la que justifica la observación del principio de relevancia que trae consigo el enriquecimiento del proceso de comunicación. De esta manera, cuanto mayor es el número de implicaturas transmitidas en un enunciado, mayor será la acción del principio de relevancia en el proceso de interpretación del oyente.
Juan Mª de las Heras,
Septiembre de 2001

Lecturas recomendadas:
Anscombre, J-C y Ducrot, O.: La argumentación en la lengua.
Escandell Vidal, M.V.: Introducción a la pragmática.
Sperber, D. y Wilson, D.: La relevancia.
Vicente Cruz, B.: La teoría de la pertinencia

viernes, 19 de noviembre de 2010

LA RACIONALIDAD DE LA POSTMODERNIDAD

En la actualidad, la postmodernidad constituye el momento álgido en el que se desarrolla una especie de dispersión de la razón moderna, donde racionalidad y sujeto son objeto de un movimiento de des-construcción y desmantelamiento de sus estructuras totalizantes. La crisis de la racionalidad moderna junto a la ausencia de fundamentos que avalen un potencial regreso a un tipo de racionalidad pre-moderna que pudiera sustituir a aquella traen como consecuencia la búsqueda de una nueva racionalidad pensada desde la contemporaneidad que nos constituye. En las tesis pre-modernas (Bell, MacIntyre, Milbank, etc.) se da la paradoja de que si, por un lado se acepta el fracaso y el rechazo de la racionalidad moderna, por otro lado, se recurre a un tipo de racionalidad cuyo fracaso quedó demostrado con el advenimiento de la Ilustración. Desde esta perspectiva, en rigor, las tesis reformistas (Habermas, Giddens, Jameson, Bauman, etc.) presentan una coherencia más sólida que las tesis pre-modernas, pues si la razón ha entrado en crisis, esto no implica que los ideales de la Ilustración hayan muerto, sino, en todo caso, que la racionalidad utilizada no ha sido la adecuada. Se necesitaría, por tanto, la puesta en marcha de un proceso de crítica sistemática de la razón moderna que sea capaz de recuperar las ilusiones perdidas de la Ilustración. En este sentido, mientras el reformista Jürgen Habermas apuesta por un modelo de racionalidad sustantiva amparada bajo los auspicios de la acción comunicativa, los pensadores postmodernos reclaman un modelo de racionalidad formal que permita el libre juego de las diferencias. Desde este nuevo horizonte, Frederic Jameson observa, en el rechazo postmoderno de la razón ilustrada, la posibilidad de un concepto nuevo de totalidad basado en el respeto de las diferencias. Esta noción no negaría simplemente la razón totalizante y su sujeto, sino que, más bien, iniciaría un movimiento de autotrascendencia. Sin embargo, para los pensadores postmodernos como Jean-François Lyotard, Jacques Derrida o Michel Foucault, el postmodernismo aparece como un movimiento de deslegitimación de la razón moderna, pues la ruptura con la razón totalizante representa el adios a las grandes narraciones y el rechazo de las formas futuristas de pensamiento totalizante. Esto implica la negación del sentido y del concepto de representación tradicional, es decir, la negación del sujeto como fundamento constituyente del sentido o, en otras palabras, la idea de que el sujeto con sus representaciones e intenciones es la fuente del significado. Por lo tanto, la racionalidad en la postmodernidad ya no busca refugio en la teoría de los signos lingüísticos, en la que el usuario de los signos es dueño y señor del significado al asignar a un término un significado ya dado. Con esta negación, cuyo primer exponente fue Ludwig Wittgenstein, se introduce una nueva crítica a la filosofía del lenguaje, incorporando una nueva forma de escepticismo que destruye al sujeto como autor de la asignación de significado. De esta manera, las relaciones de significado se reducen, como afirma Lyotard, a juegos de lenguaje. Pero, juegos que representan formas de vida, conjuntos de actividades lingüísticas, instituciones culturales, prácticas políticas y sociales, etc. que encarnan una multiplicidad heterogénea de significados, donde los conceptos se relacionan entre sí formando un contínuo variable de resonancias y modulaciones en constante movimiento y cambio. Esto indica la existencia de una práctica intersubjetiva cuyo modelo cognoscitivo es el resultado de la afirmación de las diferencias, del respeto cultural y, en definitiva, del diálogo no distorsionado entre las diversas culturas. Lyotard, desde esta perspectiva, negando la validez de la razón estratégica en la que se ha sumido la modernidad, llega a la conclusión de que las posibilidades no realizadas de la modernidad siguen vigentes en su pluralismo y diferencias. La postmodernidad, en este caso, no representa ya la muerte de la modernidad, sino su continuación aún no concluida. Desde esta óptica, el pensamiento postmoderno no impugna las finalidades de la cultura moderna, sino los métodos empleados por ella para su consecución. Pero entonces no podemos soslayar que lo que el pensamiento postmoderno echa en cara a la modernidad es que haya olvidado el pluralismo que le es constituyente al formular narraciones en las que el sentido ha quedado cancelado en una unidad cerrada. Han sido los propios elementos de la modernidad (subjetividad, progreso histórico, universalidad del lenguaje, etc.) los que han llevado a determinar la dialéctica de la postmodernidad: los juegos de lenguaje, la afirmación de las diferencias y, en definitiva, el fin del sujeto, de la historia y de la razón totalizante.
Ahora bien, las implicaciones de la disolución del sujeto como autor y juez del significado da origen a la construcción de los conceptos y las posibilidades de autoafirmación individual a través del respeto de las diferencias que constituye a las diversas individualidades. Así pues, la postmodernidad inaugura el pensamiento que, huyendo de la universalidad, opera en términos de racionalidad abierta; es decir, en términos de racionalidades particulares ontológicas y en clara armonía con el modelo de sociedad que nos asiste. Pues, al pensar la postmodernidad como la lógica cultural del capitalismo tardío, irremediablemente, la racionalidad moderna se resquebraja y disuelve bajo la acción corrosiva del mercantilismo imperante en las sociedades capitalistas. Todo se convierte en artículo de consumo, incluso el significado, la verdad y el conocimiento. Y con ello, los ideales universales de la modernidad ceden su lugar a múltiples y fluctuantes voces, desvaneciendose la esperanza de atenerse a una forma de racionalidad unificada. Por lo tanto, si aceptamos la postmodernidad como crítica de la racionalidad moderna y como nueva forma de encaminar el pensamiento filosófico, político y social, debemos adoptar un tipo de racionalidad intersubjetiva y múltiple, basada en el respeto y afirmación de las diferencias y, en suma, en el diálogo de las culturas, pues, la quiebra del universalismo lingüístico desvela la pluralidad de los lenguajes particulares que acampan tras las diferentes culturas. Tal pluralidad pone en cuestión la universalidad de sentido y disloca, con ello, sus referentes históricos conceptuales destruyendo los pretendidos procesos de objetivación de la razón moderna y su unidireccionalidad hermenéutica. Esto quiere decir que la razón tiene que contar con un mundo no unitario, sino diferenciado en el que la fragmentación del sentido y de los lenguajes que lo soportan constituyen lo dado, lo existente o lo devenido. Y como lo dado son los mundos de las diferentes culturas, entonces el modelo de racionalidad que debemos adoptar es aquel que mejor refleje la realidad contemporánea, esto es, el que reune los valores de respeto y diálogo sin condiciones y sin exclusiones arbitrarias hacia las diversas culturas.
Lecturas recomendadas:
Derrida, J.: La diseminación
Derrida, J.: La escritura y la diferencia
Jameson, F.: Teoría de la postmodernidad
Lyon, D.: Postmodernidad
Lyotard, J-F.: La condición postmoderna
Picó, J.: Modernidad y postmodernidad




jueves, 4 de noviembre de 2010

MOVIMIENTOS POSTMODERNOS

Frente a la crisis de la racionalidad moderna han surgido una serie de movimientos intelectuales que tratan de dar respuesta, cada uno a su manera, a la cuestión de si es posible la reconstrucción de un nuevo proyecto emancipatorio a través de una racionalidad más débil que la preconizada por la Ilustración, basada no ya en unos contenidos sustantivos de orden único, sino en unas estructuras formales capaces de conformar unos ideales emancipatorios globales, desde una perspectiva omniabarcante donde las diferencias culturales jueguen un papel decisivo. Aunque las respuestas han sido múltiples, todas ellas pueden encuadrarse en alguno de los siguientes movimientos intelectuales: el neo-conservadurismo de Bell, MacIntyre, Milbank, etc., el reformismo de Habermas, Giddens, Jameson, Bauman, etc., y, finalmente, el postmodernismo, propiamente dicho, de Lyotard, Foucault, Baudrillard, Cixous, etc.

1. El movimiento neo-conservador

El movimiento neo-conservador se enfrenta a la crisis del proyecto ilustrado proclamando la muerte de la razón moderna. Tanto Bell como MacIntyre o Milbank, tratan de buscar el restablecimiento de una religiosidad secular que sea capaz de ocupar el vacío dejado por la razón ilustrada. Alasdair MacIntyre, en su ensayo "Tras la virtud", se sitúa en una posición pre-moderna al elegir un estado de moralidad de corte aristotélico frente a la ausencia de moralidad ontológica preconizada por Nietzsche. MacIntyre opina que un proyecto emancipatorio es real y factible si la virtud y el sistema político se funden en una unidad genuina. En consecuencia, la educación de los ciudadanos en las virtudes aristotélicas adquiere un papel decisivo.
Daniel Bell, por su parte, atribuye la responsabilidad de la crisis de la razón moderna a la disolución de la ética protestante y al surgimiento del individualismo hedonista que ha acompañado al desarrollo del capitalismo tardío. Con la aparición del individualismo postmoderno se abandona la confianza hacia cualquier proyecto emancipatorio; no se cree en el progreso ni en la transformación social, pues el modo de vida individual y narcisista, propio de las sociedades capitalistas occidentales, ha minado toda esperanza en el establecimiento de un nuevo orden, basado en la justicia social, que sea capaz de articular las vías necesarias para el desarrollo de un proyecto de liberación global. En las sociedades postmodernas, el placer y el estímulo de los sentidos se convierten en los valores por antonomasia de la vida cotidiana. Como afirma Josep Picó: "Al absorber al individuo en la carrera por el nivel de vida, al legitimar la búsqueda de la realización personal, al acosarlo con imágenes, informaciones, cultura, la sociedad del bienestar ha generado una atomización y fragmentación de la vida como totalidad. Con el universo de los objetos, de la publicidad y los mass media , la vida cotidiana y el individuo han sido incorporados al proceso de la moda, y de la obsolescencia acelerada: la realización plena del individuo coincide con su fugacidad". En consecuencia, Bell opina que el restablecimiento de la religiosidad como modelo de racionalidad es la vía para erradicar las condiciones que han propiciado la crisis del proyecto moderno, es decir, el orden hedonista al que, paradójicamente, nos ha conducido la razón ilustrada.
Otra ofensiva contra la Ilustración, semejante a la de Bell o MacIntyre, es la de Grant y Milbank. Ambos acuden a fuentes platónicas y cristianas en busca de una moralidad con la que impregnar la tecnociencia moderna. La razón secular de la Ilustración es vista como la fuente de todos los males que aquejan a las sociedades modernas y postmodernas, alcanzando su máxima virulencia en el nihilismo nietzscheano.

2. El movimiento reformista.

Por su parte, los intelectuales reformistas aceptan la crisis de la racionalidad moderna a la vez que consideran una resolución dentro del marco modernista. Desde esta perspectiva, Jürgen Habermas desarrolla una nueva dialéctica de la Ilustración recuperando la esperanza en el proyecto emancipador de la racionalidad moderna. Para Habermas, el proyecto de la modernidad no está finiquitado; al contrario, es un proyecto inacabado al que le han surgido trabas impuestas por el sistema de producción capitalista. Habermas piensa que es necesario recuperar la racionalidad perdida mediante un proceso de crítica sistemática de los diferentes modos de racionalidad. Así pues, la táctica que debe seguir la teoría crítica se plantea como objetivo el desvelamiento del proceso de trastocamiento de la realidad social producido en las sociedades capitalistas, en aras de desarrollar un nuevo proceso de formulación y reconstrucción del proyecto emancipatorio propio de la modernidad. La patología actual de la modernidad sólo puede ser superada por medio de una noción sustantiva de la racionalidad comunicativa.
Anthony Giddens llega a conclusiones similares y ve la crisis de la modernidad como una fase más en el proceso de realización del proyecto emancipatorio, el cual, aún no ha concluido. Frederic Jameson propone, por su parte, el postmodernismo como la lógica cultural del capitalismo tardío y Zigmunt Bauman ve la postmodernidad como una nueva etapa de la modernidad que, lejos de estar enferma o deformada, representa una nueva realidad social con derecho propio, en la que el personaje central del proyecto emancipatorio, no es ya el trabajador, sino el consumidor.

3. El movimiento postmoderno.

Frente a los movimientos intelectuales anteriores se sitúan las tesis postmodernas que postulan la incredulidad en los grandes metarrelatos. Esta incredulidad procede de la crisis en la que la metafísica ha entrado con la proclamación nietzscheana de la muerte de Dios. Tal proclama representa la pérdida de todo fundamento trascendental. Esto significa, en palabras de Lyon, "que ya no podemos estar seguros de nada. La moralidad es una mentira; la verdad una ficción. Todo lo que queda es la opción dionisíaca de aceptar el nihilismo, de vivir sin engaños ni fingimiento, pero con entusiasmo y alegría. De aquí se sigue que la diferencia entre verdad y error ha desaparecido, es meramente ilusoria. Fuera del lenguaje y sus conceptos no hay nada que pueda constituir, como Dios, una garantía de la diferencia". Desde esta perspectiva, la función narrativa de los grandes metarrelatos explosiona, saltando por los aires una multiplicidad heterogénea de elementos lingüísticos narrativos. Para Jean-François Lyotard, el avance de las sociedades informatizadas ha conducido al surgimiento de nuevos lenguajes y juegos de lenguaje, cuyas reglas nadan en un mar heterogéneo de sentido. Así pues, el tipo de sociedad que se deduce de los análisis de Lyotard responde a una pragmática de partículas lingüísticas en la que interacciona una diversidad de lenguajes y juegos de lenguajes diferentes como consecuencia del desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, y la consecuente circulación de conocimientos a través de ellas. Las tecnologías de comunicación de masas, la expansión de las industrias de servicios y del ocio, y la multiplicación de la realidad virtual apoyada en la televisión, el cine y la informática, han provocado el cuestionamiento del significado tradicional de la realidad; pues, para que el significado tenga sentido es necesario asumir ciertos límites estables, estructuras fijas, apoyos sólidos y un consenso aceptado por una comunidad. Pero en un mundo dominado por los mass-media, el significado se desvanece, todo vale o eso parece, la realidad se confunde con un sin fín de simulacros, e incluso, las antiguas distinciones entre la cultura de élite y la de masas se tornan vacías por la incesante yuxtaposición en los nuevos medios de comunicación de masas.
De esta manera, los efectos corrosivos postmodernos han llegado a minar los fundamentos de los grandes proyectos ilustrados. Estos se nos presentan, ahora, como grandes ficciones, como superhistorias de progreso difícilmente creibles. Pero además no son sólo ficciones, como afirma Lyotard, también implican poder. Los análisis de Michel Foucault sobre los discursos ilustrados sugieren que la supuesta racionalidad de la que son portadores no reflejan más que situaciones de poder. En consecuencia, los grandes relatos han perdido su credibilidad, abriéndose paso con ello la tarea de la deconstrucción y el desenmascaramiento de la razón ilustrada.
Lecturas recomendadas:
Derrida, J.: La diseminación
Derrida, J.: La escritura y la diferencia
Escandell, M.V.: Introducción a la pragmática
Jameson, F.: Teoría de la postmodernidad
Lyon, D.: Postmodernidad
Lyotard, J-F.: La condición postmoderna
Picó, J.: Modernidad y postmodernidad

viernes, 29 de octubre de 2010

LA CRISIS DE LA RACIONALIDAD MODERNA


La crisis de la racionalidad moderna ha dado paso a un nuevo término que pretende llenar el vacío que aquélla deja. La noción de postmodernidad nace, en cuanto movimiento crítico de la modernidad, con el objetivo de construir un nuevo modo de entender el mundo, cuya referencia es, sin duda, problemática, pues, ahora, se remite a un nuevo ámbito en el que se proclama el agotamiento de la razón moderna. Sin embargo, lejos de significar el tránsito hacia una nueva etapa en la que se han superado los esquemas racionales de la modernidad, más bien, viene a significar una nueva manera de entender sus elementos integrantes. El nuevo modelo de racionalidad que proclama la conciencia postmoderna intenta articular las rupturas que imposibilitan la formación de los sistemas políticos, económicos, sociales y culturales, decantándose por las particularidades y las diferencias frente a las grandes cosmovisiones de sentido único. La racionalidad moderna ahora es deconstruida y la sustantividad sustituida por discursos formales en los que ya no tienen cabida las utopías ni los proyectos emancipatorios globales. Con la postmodernidad, la cultura se ha transformado en pura mercancía donde su consumo es el corolario del proceso de mercantilización omniabarcante del capitalismo avanzado. Si nos atenemos a la tesis de Frederic Jameson: "la postmodernidad no es la dominante cultural de un orden social completamente nuevo, sino sólo el reflejo y la parte concomitante de una modificación sistémica más del propio capitalismo". El flujo de los contenidos de la cultura, sometidos a los movimientos mercantilistas que se implantan en las sociedades capitalistas, imposibilitan la formación de una cosmovisión esencial de la vida, condenando con ello toda representación a mera apariencia. Este aspecto de la postmodernidad ya fue profetizado por Marx al mostrar que la revolución constante de la producción significaba que toda solidez finalizaba por desvanecerse, pues, definitivamente, nada escapa a los efectos corrosivos del capitalismo.
Desde una postura crítica, nos planteamos las siguientes cuestiones: ¿realmente esta corrosión afecta a los esquemas propios de la razón moderna?, ¿el postmodernismo, además de referirse a los fenómenos culturales, económicos y sociales, cuestiona también los principios esenciales de la Ilustración encarnados en la razón y el progreso emancipador?, ¿destruye el discurso postmoderno las pretensiones de los discursos progresistas y emancipatorios que buscan el establecimiento y consolidación de un orden cultural único?, ¿realmente, estamos asistiendo al colapso del paradigma de racionalidad propio de la modernidad?. Sea lo que fuere, los nuevos movimientos postmodernos, lejos de establecer un orden cultural único, ponen especial énfasis en las diferencias culturales y afirman la pluralidad ontológica en el ámbito de las representaciones. Estamos, pues, asistiendo a la adquisición obligada de unas estructuras de discurso quebradizas donde las diferentes alternativas del sentido conllevan aperturas reales a nuevas experiencias hermenéuticas del mundo de la vida, cuyo modelo epistémico es el resultado del respeto y el diálogo entre las distintas civilizaciones. Por tanto, las objecciones que el pensamiento postmoderno articula frente a la cultura moderna es el haber olvidado la pluralidad y heterogeneidad de sentido que ella misma expresa como cultura.
Con la postmodernidad entramos en un terreno resbaladizo donde las seguridades se desvanecen y los conceptos se rastrean como meros simulacros, ya que ,como afirma Jacques Derrida, los conceptos no son más que simulacros que van dejando huellas. Asistimos, pues, a una época en la que el proyecto moderno ha entrado en crisis. Una crisis de las teorías críticas de la sociedad y la cultura, en cuanto crítica a la cultura burguesa y a la sociedad capitalista, desde la perspectiva del discurso emancipador de la Ilustración. Ahora bien, frente a la actual crisis resulta pertinente plantearse las siguientes cuestiones, ¿es posible superar la crisis de la modernidad en aras de mantener la creencia en su proyecto emancipatorio después de haber proclamado la muerte del sujeto social y de la noción sustantiva de racionalidad?, ¿es posible la emancipación de los individuos a través de la afirmación de las diferencias, tanto políticas como culturales y sociales?, ¿es posible la construcción de un proyecto emancipatorio, no ya por medio de una racionalidad sustantiva como proclamaba la modernidad, sino por una racionalidad formal del estilo que ahora invoca la postmodernidad?.Si creemos que la respuesta a estas preguntas es afirmativa no nos queda otra alternativa que recibir a la postmodernidad como la nueva etapa en el proceso liberador de la humanidad, de lo contrario caeríamos en un escepticismo pesimista que paralizaría cualquier proyecto emancipatorio.
Lecturas recomendadas:
Derrida, J.: La diseminación
Derrida, J.: La escritura y la diferencia
Jameson, F: Teoría de la Postmodernidad
Lyon, D.: Postmodernidad
Lyotard, J-F.: La condición postmoderna
Picó,J.: Modernidad y Postmodernidad


miércoles, 12 de mayo de 2010

REVOLUCIÓN TÉCNICA Y PENSAMIENTO EN LAS CULTURAS MESOPOTÁMICAS

1. La invención de la agricultura y la ganadería.

Hace unos 10000 años, al final del Pleistoceno superior, se inicia una nueva época motivada por fuertes cambios climáticos que llegaron a acarrear radicales transformaciones en la flora y la fauna del continente europeo. Con la llegada del periodo Holoceno finaliza la última glaciación y el deshielo de Eurasia y Norteamérica da paso a una nueva etapa más calurosa en la que surgen frondosos bosques y una repentina merma de las grandes manadas de herbívoros. La disminución de la caza y el progresivo aumento demográfico de la población humana establecieron las nuevas condiciones de existencia para aquellos grupos humanos que fueran capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias. Mientras en Europa la cultura magdaleniense no supo responder al nuevo reto impuesto por la naturaleza, en ciertas zonas de Oriente Próximo algunos grupos humanos supieron incorporar en su dieta alimenticia las diferentes variedades de cereales silvestres que fueron surgiendo con el cambio climático. Con la extensión de las sabanas de gramíneas, la población humana del Creciente Fértil (zona comprendida entre los actuales Israel, Líbano, este de Siria, sudeste de Turquía, norte de Irak y oeste de Irán) pudo abastecerse con la cantidad de alimentos necesarios para el florecimiento de una nueva cultura. Con la invención de la agricultura, cuya actividad permite la obtención de una cantidad de alimento mayor que la caza en la misma extensión de tierra, y la ganadería, como consecuencia de la adopción de un modo de vida sedentario y agrícola, comienza una revolución sin precedentes en las culturas neolíticas. Los primeros clanes que se hicieron sedentarios se instalaron en los valles donde el trigo y la cebada silvestre crecían sin dificultad. Allí, construyeron las primeras casas de adobe formando los primeros asentamientos permanentes, fabricaron hoces con mangos de madera incrustados en cuchillas de pedernal con el fin de realizar la siega de los cereales de una manera eficiente. Conviviendo con las gramíneas pronto empezaron a conocerlas, a protegerlas y a seleccionar las semillas más idóneas con el fin de aumentar el rendimiento de las cosechas. Paralelamente al dominio de las técnicas agrícolas se domesticaron las primeras ovejas y cabras salvajes, dando lugar a un proceso de paulatina transición de la caza a la ganadería.
En este proceso de transición hacia un modo de vida sedentario jugaron las mujeres un papel fundamental. Como afirma Jesús Mosterin, la revolución del neolítico fue “ una revolución de las mujeres”, ya que ellas se encargaron de la obtención de los alimentos vegetales con la consiguiente introducción de las nuevas técnicas agrícolas. Mientras las mujeres innovaban las técnicas agrícolas y ganaderas, los hombres perfeccionaban las técnicas de reparación y construcción de las viviendas de adobe, las cuales se desgastaban fácilmente con las lluvias, así como la fabricación de herramientas y armas líticas pulimentadas. El prestigio alcanzado por las mujeres tuvo fuertes repercusiones sociales, pues gracias a él hizo su aparición una nueva forma de organización familiar: el matriarcado. Con esta nueva forma de organización, incluso los dioses, entendidos como personificaciones de las fuerzas de la naturaleza, fueron concebidos como hembras, como diosas. Así, la tierra como fuente suministradora de alimentos fue concebida como la Diosa-Madre, Annapurna o Diosa de la Abundancia.
La revolución en las formas de vida de los humanos del periodo neolítico trajo consigo un nuevo acervo de habilidades y saberes. Los conocimientos agrícolas que iban adquiriendo alcanzaban los secretos del ciclo reproductor de las plantas, llegaron a conocer cuáles eran las épocas más idóneas para la siembra, la maduración y recolección de las semillas, las técnicas de selección y conservación, la calidad del suelo y el tipo de cuidados que debían aportar a las plantas para una optimización de las cosechas. Es la época en la que se inventan los arados más rudimentarios, consistentes en troncos curvados de madera, acabados en punta con el objetivo de imprimir surcos en la tierra con suficiente profundidad para garantizar un crecimiento eficiente de las plantas. También se empieza a utilizar la tracción animal (bueyes) para tirar del arado. Todos estos progresos técnicos llevaron a un aumento sin precedentes de la producción agrícola. Esto dio lugar a la producción de un considerable excedente de alimentos que permitían no sólo alimentar a la mano de obra agrícola, sino también a las castas sacerdotales, a los artesanos, alfareros, metalistas, etc., que así quedaban liberados del trabajo agrícola y podían dedicarse a sus tareas profesionales.
El desarrollo de la agricultura trajo consigo grandes cambios en la mentalidad de los humanos. Los antiguos cazadores-recolectores, organizados en clanes de no más de treinta individuos no se preocupaban de almacenar grandes cantidades de alimento a largo plazo, simplemente satisfacían sus necesidades alimenticias en cada momento organizando cacerías cuando los víveres empezaban a escasear. Con la introducción de las técnicas agrícolas y el desarrollo de nuevas formas de organización social impulsadas por el fuerte crecimiento demográfico, los humanos del neolítico tenían que ser capaces de mirar al futuro y almacenar las semillas para plantarlas al año siguiente con el fin de asegurarse un abastecimiento alimenticio sostenido. Tuvieron que aprender a calcular el tiempo, a planificar las cosechas, a distribuir las labores agrícolas en el tiempo: roturación de nuevas tierras, limpieza del terreno, preparación y aireación de la tierra con el establecimiento de unos períodos de arada, escarda, siembra, calendario de riegos, y finalmente, recolección de las cosechas.
La agricultura impulsó a los humanos del período neolítico a preocuparse por la exactitud en el cómputo del tiempo y, consecuentemente, a la observación astronómica con el fin de establecer correlaciones entre la aparición de las constelaciones en el horizonte del cielo nocturno y la altura del sol en las diferentes épocas del año con las temporadas de la preparación del suelo, de la siembra y de la cosecha. Los babilonios llegaron a ser grandes observadores de los cielos, según muestran los numerosos registros astronómicos encontrados en las recientes excavaciones arqueológicas. Las mediciones del tiempo las basaban en el mes lunar, añadiendo de vez en cuando meses extra para mantener su calendario sincronizado con las festividades agrícolas estacionales. Más tarde, hacia el año 2000 a.C., el año babilonio ya constaba de trescientos sesenta días, dividido en doce meses de treinta días cada uno. El mes se dividía en semanas, y los días fueron bautizados por el sol, la luna y los cinco planetas conocidos. Los babilonios fueron los responsables de la división del día en doce horas dobles, y la hora en minutos y segundos sexagesimales. Además, establecieron la división del cinturón ecuatorial en las doce constelaciones del zodiaco correspondientes a los doce meses del año. Hacia el año 1000 a.C. las observaciones de los habitantes de Mesopotamia se hicieron más precisas, constataron la retrogradación que experimenta el planeta Venus cada quinientos ochenta y cuatro días, y fueron capaces de calcular los periodos de las revoluciones planetarias, así como de realizar predicciones bastante buenas de los eclipses lunares y de otros acontecimientos astronómicos.

2. La invención de la alfarería, la metalurgia y el desarrollo de un incipiente comercio en las culturas neolíticas.

Mientras los humanos fueron cazadores-recolectores ambulantes no tuvieron necesidad de construir recipientes para almacenar alimentos, pues su actividad itinerante no les permitía cargar y transportar grandes pesos. Al adoptar una forma de vida sedentaria los humanos del neolítico fueron compelidos a almacenar el excedente agrario en temporadas de gran abundancia con el fin de mantener unas reservas alimenticias con las que abastecerse en épocas de escasez. A partir del año 6000 a.c. aproximadamente se modelaban vasijas y grandes tinajas de arcilla para almacenar el grano, el agua, la cerveza, etc. Pronto empezaron a ver las grandes utilidades que se desprendían del arte de modelar la arcilla: jarras y ánforas para almacenar agua, pucheros para cocinar, platos para comer, copas y vasos para beber, etc. Si bien, al principio las vasijas se modelaban a mano, muy pronto, el desarrollo de estas técnicas dieron paso a la invención del torno de alfarero, una rueda movida por un pedal que dejaba las manos libres para modelar la arcilla mientras ésta giraba de forma continuada. La cerámica se extendió rápidamente por el Creciente Fértil hasta llegar a Grecia, Egipto y China, lugares donde la alfarería alcanzó altas cotas de especialización.
Otra técnica que se desarrolló en esta época fue la metalurgia del cobre. Al principio, el hombre del neolítico moldeaba el cobre puro mediante un proceso de forja en frío. Esta técnica consistía en amartillar repetidamente el cobre hasta conseguir la forma deseada. Más tarde descubrieron que calentando el cobre mediante un proceso de temple se dejaba moldear con mayor facilidad al tiempo que mejoraban sus propiedades. Hacia el año 4000 a.c. ya se había descubierto el proceso de fundición de los minerales de cobre para obtener mayor cantidad de materia prima para la fabricación de herramientas, vajillas, copas, lanzas, espadas, escudos, etc. El incipiente comercio derivado de la metalurgia del cobre creó las condiciones para el perfeccionamiento de las técnicas de fundición del metal. Se construyeron hornos especiales, quemando carbón vegetal, fundiendo el cobre en crisoles cerámicos y vertiendo el cobre fundido en moldes, primero en piedra y más tarde en arcilla, con lo que podían fabricar gran cantidad de objetos de cobre. Pronto empezaron a experimentar con distintas aleaciones, sobre todo con el estaño y el antimonio, dando lugar a la Edad del Bronce. El descubrimiento del bronce, a partir de una aleación de cobre y estaño, permitió la fabricación de herramientas más duras e implementos más eficaces, así como espadas y lanzas más mortíferas.
La fundición y el modelado del cobre, inventados en el Creciente Fértil hacia el año 4000 a.c. llegó hacia la cuenca del Indo hacia el 3500 a.c. y a Egipto y a las islas del mar Egeo hacia el 3000 a.c. Los objetos de cobre junto a las vasijas cerámicas fueron intercambiándose a través de una primitiva red comercial por toda Mesopotamia, Anatolia, Irán, Afganistán, Egipto y el mar Egeo; junto a ellas se transmitían las ideas y los inventos, contribuyendo decisivamente a la difusión del progreso técnico por el mundo conocido. La expansión del comercio se vio fortalecida con la invención de otros dispositivos técnicos dirigidos a la facilitación de los transportes. El transporte por tierra experimentó un gran avance, hacia el año 3000 a.c., con la invención de la rueda y el carro tirado por bueyes. El transporte por mar también experimentó un gran avance con la introducción de la vela en los barcos y canoas, los cuales hasta entonces eran movidos por la fuerza humana mediante grandes remos.

3. El pensamiento religioso en las culturas neolíticas

El modo de vida del hombre neolítico era sedentario. Su vida giraba en torno a las faenas agrícolas y su preocupación por las fuerzas de la naturaleza era constante, pues de ellas dependía, en última instancia, la obtención de una buena cosecha o, por el contrario, si no eran favorables, suponían la ruina de todos sus esfuerzos. Las fuerzas de la naturaleza se presentaban, irreductiblemente, como potencias incomprensibles e imprevisibles. Tan perjudiciales eran las fuertes sequías producidas en épocas calurosas como las lluvias torrenciales o las plagas que con frecuencia asolaban a los cereales. Todas estas anomalías podían dar al traste con las cosechas y, finalmente, el esfuerzo de todo un año podía terminar en hambre y desesperación. La inquietud y ansiedad que las imprevisibles fuerzas de la naturaleza suscitaban en los humanos del neolítico encontraban un alivio en las explicaciones que los mitos atribuían a los procesos naturales. Los dioses, a través de los relatos míticos, satisfacían las necesidades de comprensión racional de los mecanismos que operaban en las fuerzas de la naturaleza: dotaban al mundo de orden para hacerle entendible, predecible y, en última instancia, dominable. El pensamiento animista de los humanos del neolítico concebía el universo entero plagado de espíritus. Todo ente poseía un espíritu o una fuerza espiritual con voluntad propia, que podía ser buena o mala, grande o pequeña, favorable o desfavorable. Los grandes espíritus se correspondían con las grandes potencias de la naturaleza, las cuales se consideraban divinas y, en consecuencia, de ellas dependía el curso de los acontecimientos.
En las culturas mesopotámicas más arcaicas el más grande de los dioses es Anu , el cielo majestuoso, la bóveda azul que todo lo cubre, la personificación de la majestad y la autoridad. Por debajo de él, la fuerza de mayor potencia es la tormenta que con sus poderosos rayos, sus fuertes truenos, sus huracanados vientos y sus repentinas lluvias hacían temblar al más valiente de los mortales. La fuerza de la tormenta es el dios Enlil, personificación de la fuerza y la violencia.
La agricultura y la ganadería trajeron consigo un aumento del interés por la fertilidad de la tierra y el ganado y, sobre todo, la manera de incrementarla. Este interés empezó a manifestarse en el culto a la diosa Madre-Tierra y en los ritos de fertilidad. La fertilidad pasiva de la tierra es la diosa Ninhursana. La fertilidad activa de las aguas es la diosa Enki, personificación de la creatividad y la inteligencia. Durante el cuarto milenio a.c. la gran preocupación de las sociedades mesopotámicas eran las actividades agrícolas y ganaderas de las que dependían su subsistencia. De ahí que intuyeran dioses de la agricultura, de la ganadería, de los cereales, de las ovejas, de los dátiles, de los almacenes de grano, etc. que cuajaron en una serie de mitos, cantos y ritos en torno a Dumuzi, dios de la fertilidad y su novia Innana, diosa del almacén comunal donde se almacenaba el grano, los dátiles, etc. Dumuzi es el típico dios mortal de la vegetación primaveral que muere en verano cuando se secan las plantas, es enterrado en otoño con la siembra del cereal y resucita en la primavera cuando crece la vegetación. Así, el ciclo de Dumuzi personifica el ciclo de la vida: nacimiento, crecimiento, agostamiento, muerte y renacimiento.
El ciclo de Dumuzi e Innana generó en distintos lugares mitos diferentes e incompatibles entre sí para explicar una infinidad de fenómenos y aspectos del devenir cósmico que a primera vista parecían incomprensibles
A partir del tercer milenio a.c. la gran acumulación de riqueza derivada de la exitosa explotación agrícola y del esplendoroso progreso técnico que acompañó a la revolución urbana dio lugar a una nueva organización política de las ciudades para poder defenderse de las bandas de saqueadores que veían en los actos de pillaje un modo de subsistencia. Así hicieron su aparición las primeras ciudades-Estado amuralladas, con ejército propio profesional dirigido por un rey. Ahora, la preocupación por la guerra y la defensa se reflejaba en los nuevos mitos. Los dioses pasaron a ser concebidos como reyes y, más tarde, el carácter monárquico de los dioses fue utilizado para justificar y explicar la monarquía. Los dioses, en tanto que encarnaban a las fuerzas cósmicas de la naturaleza, fueron adquiriendo cierta posición en una asamblea jerarquizada que reflejaba el nuevo orden político de la ciudad-Estado. Estas voluntades divinas a veces chocaban entre sí, rompiendo el equilibrio cósmico y produciendo catástrofes naturales y sociales. El orden cósmico sólo se recuperaba gracias a la voluntad de negociación y entendimiento en la asamblea de los dioses. La asamblea de los dioses se reunía en la ciudad de Nippur con el fin de discutir y deliberar sobre el curso de los acontecimientos. Las decisiones adoptadas eran inexorables e irrevocables y su ejecución constituía el destino de los mortales. Sin embargo, aunque participaban todos los dioses en la asamblea, no todos gozaban de igual influencia. Los dioses más poderosos tenían la última palabra. Anu, dios del cielo, el más importante y prestigioso de todos presidía la asamblea, el segundo más influyente era Enlil, dios de la fuerza, que ejecutaba las decisiones adoptadas. Les seguían Enki, dios de la sabiduría, Samas, dios sol que representaba a la justicia.
En las ciudades-Estado mesopotámicas los ciudadanos no eran personas libres, eran esclavos de los dioses, vivían y trabajaban para servirles. El templo era la mansión del dios, cada dios tenía su templo con su séquito de sacerdotes dedicados a cuidar de él. El dios comía, dormía, se vestía y exigía de los humanos una serie de cuidados que tenían que ser satisfechos para obtener una buena providencia. El sentido de su existencia era ser útiles a los dioses, pues de ellos dependía su destino. Los dioses eran las grandes fuerzas cósmicas de las que dependían sus vidas, sus fortunas, sus achaques y desventuras. A cambio de sus cuidados, los humanos recibían protección frente a todo tipo de desgracias y calamidades. En última instancia, el pensamiento arcaico de las culturas mesopotámicas concebía el desarrollo de los acontecimientos cósmicos como el resultado del conflicto entre los dioses, sólo manteniéndoles contentos y satisfechos podían los humanos, desde su frágil posición, tratar de esquivar sus efectos.
Lecturas recomendadas:

- J. MOSTERIN: Historia de la Filosofía. Vol. 1
- S. MASON: Historia de las Ciencias. Vol 1.
- T.K. DERRY, T.I. WILLIAMS: Historia de la Tecnología. Vol. 1


sábado, 27 de febrero de 2010

TÉCNICA Y PENSAMIENTO EN LAS CULTURAS PALEOLÍTICAS


1. – Los orígenes del pensamiento conceptual.

Cualquier indagación articulada con pretensiones de establecer una exposición de la técnica y el pensamiento de las culturas prehistóricas, sin duda, ha de remontarse hasta los albores de los primeros homínidos prehumanos, ya que, fueron, a partir de éstos, cuando aparecieron los primeros seres dotados por la evolución de una capacidad craneal con un volumen lo suficientemente grande como para albergar un cerebro con las suficientes conexiones sinápticas que hicieran posible el establecimiento de los primeros esquemas del pensamiento racional: los Homo sapiens sapiens. En algún sentido, todos los animales superiores piensan; el león, por ejemplo, necesita cazar para alimentarse, y con el fin de satisfacer su demanda alimenticia busca las manadas donde se encuentran las presas; las observa, toma conciencia de su presencia, las clasifica, las selecciona, y en base a la información que percibe del entorno, toma decisiones para finalmente atacar. Con esta experiencia, el animal aprende, recuerda y modifica su conducta con el fin de mejorar su táctica de caza; en una palabra: piensa. Pero no se trata, en modo alguno, de un pensamiento conceptual, lingüístico, racional, basado en la aplicación de reglas lógicas. Se trata, más bien, de un pensamiento sensorial, sustentado en la coordinación de impulsos, imágenes y movimientos. Pues bien, es muy probable que los primeros homínidos articularan un pensamiento prelingüístico similar al de estos animales y que, tal vez, fueran incapaces de articular simbólicamente su experiencia. Pero, sin duda, tenían la capacidad de espabilarse, de aprender y de transmitir los conocimientos que iban acumulando para poder sobrevivir en el mundo hostil que les rodeaba y en el que se encontraban prácticamente indefensos frente a las fieras que constantemente estaban al acecho. Los homínidos prehumanos, sin duda, compensaron su carencia de garras y colmillos con la fabricación de herramientas líticas, herramientas de hueso y de madera para cumplir los mismos fines. Primero utilizaron los materiales como armas y herramientas tal y como se encontraban en la naturaleza: piedras como proyectiles, ramas como mazas, etc. Después, pasaron a modificarlos, sacando punta a los palos y afilando las piedras hasta obtener instrumentos cortantes, iniciándose, con ello, un proceso de perfeccionamiento muy lento en el que transcurrirían casi un millón de años repitiendo la misma operación sin producirse apenas progreso alguno. Mientras tanto, la habilidad de las manos prensiles y su coordinación iba creciendo a medida que aumentaba la capacidad craneal y surgían nuevas habilidades sensoriomotrices.
Los Homo ergaster, hace algo más de 1,5 millones de años, tenían ya suficiente capacidad imaginativa como para visualizar una forma determinada y tratar de realizarla en piedra de manera repetitiva con el fin de producir hachas de mano. Este proceso reiterativo requería el uso constante de la misma técnica y su transmisión sólo era posible en comunidades en las que se compartía la misma cultura. Si los homínidos prehumanos consiguieron sobrevivir a los múltiples peligros que les acechaban fue debido no sólo al uso de los instrumentos técnicos de los que se iban dotando, sino también a la convivencia social con otros individuos de la misma especie. Pronto, los homínidos debieron darse cuenta de que era mucho más eficaz la caza social que la caza individual. Unos cazadores podían espantar a los animales en la dirección en que otros esperaban para darles caza. Con el tiempo harían cosas más complicadas, como preparar y disimular trampas y conducir a los animales hacia ellas. Los Homo erectus y los Homo antecessor , ambos descendientes de los Homo ergaster, se habían convertido, con el uso de estas técnicas, en temibles cazadores sociales, capaces de cazar grandes elefantes y rinocerontes.
La caza social fue un gran estímulo para el desarrollo de nuevas capacidades cognitivas, pues este tipo de caza exigía la planificación de estrategias grupales, la organización de medios técnicos y la coordinación de tácticas y movimientos sincronizados, con el fin de realizar una cacería con éxito. Todo esto exigía una comunicación eficaz entre los miembros del grupo de cazadores. Probablemente, la comunicación sería una combinación de ademanes visuales, gestos de la cara, movimientos de los brazos y las manos, y en gran parte, sonora mediante susurros, gruñidos y gritos. Con el tiempo el sistema se iría haciendo más sofisticado, pasando de la utilización de un puñado reducido de señales mímicas hasta la articulación de las primeras palabras, una vez que hubieran desarrollado el aparato fonador bucofaringeo adecuado y un cerebro capaz de coordinar la percepción de las palabras recibidas a través de los órganos auditivos con los esquemas cognitivos de la mente, cuyos procesos combinados hicieran posible la interpretación de los mensajes. Sin embargo, las capacidades mentales implicadas en el lenguaje tuvieron que aparecer con anterioridad a la modificación de las vías aéreas que dieron paso a la formación de un aparato fonador altamente desarrollado, pues cabe suponer que fueron dichas capacidades las que hicieron rentable, en términos de selección natural, el desarrollo de un sistema eficaz que fuera capaz de emitir los sonidos básicos del habla humana. Los últimos estudios realizados a partir de cráneos fósiles de Homo neanderthalensis encontrados en la Sima de los Huesos del yacimiento de Atapuerca confirman que estos homínidos, hace 300.000 años, ya disponían de un aparato fonador altamente desarrollado, si bien no eran capaces de articular todas las vocales, podían disponer de un lenguaje muy rudimentario con el que expresar los primeros pensamientos simbólicos.

2. – Las habilidades técnicas de los Homo sapiens del Paleolítico.

Desde los inicios del Pleistoceno superior, hace 100.000 años, se encuentran restos de Homo sapiens en diversos lugares de Europa, Asia y África, cuyos cráneos tenían ya la misma capacidad que los nuestros, de aproximadamente 1500 centímetros cúbicos. Estos homínidos se agrupaban formando clanes de unos 30 individuos unidos por lazos de parentesco, matrimonio o amistad. Cada clan estaba compuesto de unas pocas familias, cada una de ellas formada por un cazador, sus mujeres y sus hijos. El clan era, eminentemente, itinerante y sus movimientos dependían de las corrientes migratorias de sus presas. Establecían campamentos provisionales en lugares favorables para emprender las cacerías y las recolecciones de plantas, frutas silvestres y raíces comestibles. Al cabo de un tiempo, cuando se hubieran agotado los recursos locales mudaban de lugar y se trasladaban a nuevos territorios donde las reservas de caza y alimento aún no habían sido explotadas.
Dentro del clan se estructuraba la división sexual del trabajo: las mujeres se dedicaban a la recolección de frutas , tubérculos, plantas y pequeños animales, mientras los hombres desarrollaban el arte de la caza de grandes animales poniendo en juego hábiles técnicas de caza y el uso de novedosas armas líticas. La habilidad de trabajar la piedra permitió al Homo sapiens la construcción de numerosos instrumentos líticos polivalentes que hicieron de la caza una actividad muy eficaz para el suministro de las proteínas necesarias en su dieta diaria. Los neandertales llegaron a ser muy hábiles en la implementación de instrumentos de piedra, tales como lanzas y hachas para cazar, cuchillos para cortar carne, raspadores para limpiar pieles, punzones para perforar y coser, lo cual les permitía fabricar bolsas de piel de nutria para guardar y transportar objetos, así como la elaboración de vestimentas y mantones con piel de oso para protegerse de las bajas temperaturas de la última glaciación. La habilidad en el arte de la caza no sólo se manifestaba en el uso de la lanza sino también en el manejo de las boleadoras y la honda. Pero la caza no era la única fuente de alimentación, las mujeres iban recolectando las raíces frescas de espadaña que se encontraban arraigadas bajo la superficie de las aguas pantanosas y eran fáciles de arrancar, los brotes de verduras silvestres, las hojas tiernas de trébol, de alfalfa, de diente de león, las hojas de bardana, las bayas y las frutas, las cuales eran transportadas en canastos hechos con tallos y hojas duras. Utilizaban palos como palancas para dar la vuelta a troncos caídos en busca de gusanos, tritones e insectos comestibles y puntiagudos palos para pescar en los ríos peces y moluscos de agua dulce.
Los cromañones, por su parte, especializaron más el utillaje de los neandertales, llegando a producir hasta 100 tipos de instrumentos diferentes, entre los que destaca el buril acabado en un ángulo fuerte y cortante, que permitía penetrar y trabajar otros materiales, como la madera, el hueso, el asta de marfil, etc. produciendo así vasijas, recipientes y, lo más importante desde un punto de vista técnico, la elaboración de nuevas herramientas. Con la invención del buril, el Homo sapiens sapiens da origen al nacimiento de la primera máquina-herramienta, una herramienta para producir nuevas herramientas, lo que viene a ser el primer hito de la Historia de la Tecnología. El buril permitió al hombre primitivo la elaboración de pequeños implementos puntiagudos o ganchudos, como agujas, anzuelos o arpones a partir de los huesos de los herbívoros, de las astas de renos y ciervos y del marfil de los colmillos de elefantes. Estos instrumentos permitieron coser pieles con tendones, pelos, crines o fibras vegetales. Aunque fueran los neandertales del Pleistoceno superior los primeros en fabricar vestidos, lo que, a su vez, les permitiría protegerse de los fríos de la glaciación y avanzar hacia el norte en busca de nuevos rebaños, las agujas perfeccionadas por el buril permitió a los cromañones perfeccionar la técnica de confección de los vestidos de piel, lo que les posibilitó ir todavía más lejos que los neandertales en la búsqueda de los rebaños de renos en las zonas heladas del norte llegando hasta el estrecho de Bering y Alaska, para extenderse luego por toda América.
Si bien los neandertales fueron cazadores exitosos, los cromañones les superaron, llegando a desarrollar estrategias muy elaboradas de caza basadas en un sistema de vigilancia, seguimiento y acorralamiento de las grandes manadas. Estas habilidades constituirían más adelante, en el período neolítico, los fundamentos de una incipiente explotación ganadera que daría lugar a una verdadera revolución en las formas de vida de los hombres primitivos. Los restos fósiles encontrados en diferentes lugares de Europa, de mamuts y caballos salvajes amontonados bajo despeñaderos, confirman las habilidades de nuestros antepasados en el arte de la caza. También supieron perfeccionar las armas de caza para hacerlas más mortíferas que las que utilizaban los neandertales. Las nuevas puntas de lanza desarrolladas por los cromañones, a partir de huesos en forma de arpón con múltiples barbas puntiagudas, causaban heridas más profundas en las presas, sin desprenderse el arma del animal, y favoreciendo el desangre de la víctima a través de unos canales incisos a lo largo del mástil del venablo. Al final del Paleolítico superior una cierta comprensión de mecánica elemental apoyada en la experiencia acumulada en el manejo de la honda llevaría a los cromañones a la invención del lanzador de venablos. Este propulsor vendría a ser una extensión del brazo del cazador que permitía doblar la distancia alcanzada en los lanzamientos y así cazar las presas sin tener que acercarse a ellas, con lo que aumentaban la seguridad y la eficacia de la caza. El propulsor de venablos, finalmente, condujo a los cromañones al invento del arco y las flechas, los cuales aumentaban con creces las distancias de seguridad en las cacerías y el número de presas cazadas en cada atacada.

3. – Los orígenes de una proto-ciencia paleolítica.

Los homínidos del Paleolítico superior, los Homo sapiens sapiens, tenían una capacidad craneal similar a la de los hombres actuales, lo que cabe suponer que disponían de cerebros similares a los nuestros. Por tanto, no es aventurado estipular que podían articular mediante términos lingüísticos el mundo de su experiencia y reflexionar simbólicamente sobre él asignando palabras a los contenidos conceptuales de su pensamiento. De esta manera, podían ir acumulando conocimientos y saberes sobre el mundo que les rodeaba dando origen a un remoto inicio de las ciencias de la naturaleza relativas al medio en que vivían y al que tenían que estar armónicamente adaptados.
Los cromañones conocían perfectamente la vegetación de la zona en que vivían y eran capaces de identificar las principales especies vegetales con el fin de clasificar las plantas que eran comestibles, las que eran tóxicas y las que podían servir con fines medicinales, así como la época en que florecían, el color y el sabor de sus frutos y los animales que las comían. Es muy probable que llegaran a conocer las pequeñas plantas, desde la acederilla, la acedera del bosque, la malvarrosa, el trébol, las flores silvestres, como las violetas, los espinos, las gencianas, los azafranes, y los árboles silvestres como el roble, el tilo, el arce, el sauce, el abedul, el álamo, el aliso, el nogal, el avellano, etc. de los cuales utilizarían las hojas nuevas y los frutos con fines nutritivos y medicinales, extrayendo sus jugos mediante las técnicas de infusión, maceración y la aplicación de cataplasmas de plantas y hojas de árboles con propiedades analgésicas, como la corteza de sauce o las raíces de lirio. La acumulación de conocimientos sobre botánica y medicina natural debía producirse mediante un procedimiento de experimentación bastante simple, como nos describe J.M. Auel, el Homo sapiens “daba un mordisco a la nueva especie; si el sabor era desagradable lo escupía inmediatamente. Si era agradable, conservaba el pequeño fragmento en la boca, observando cuidadosamente cualquier picor o ardor que produjera o cualquier cambio de sabor. Si no los había , lo tragaba y esperaba hasta ver si podía reconocer algunos efectos. Al día siguiente daba un mordisco más grande y seguía el mismo procedimiento. Si no se observaban efectos perniciosos a la tercera prueba, el nuevo alimento se consideraba comestible, al principio en pequeñas porciones”. Mediante estas técnicas primitivas de experimentación los hombres del Paleolítico iban adquiriendo un corpus de conocimientos que podríamos denominar con los términos de proto-botánica y proto-medicina natural.

Ahora bien, el mayor conocimiento que poseían los hombres primitivos se refería a los animales que cazaban, distinguían las diferentes especies con las que co-existían no solo a través de la vista, sino también por sus mugidos, por las huellas y excrementos que dejaban a su paso. Por medio de las huellas y excrementos, probablemente eran capaces de saber de qué especie eran, la edad aproximada de los animales, su estado de salud, cuántos eran, hacia donde se dirigían, etc. Como afirma Jesús Mosterin: “Conocían las rutas migratorias de los animales, las épocas en que parían, en que mudaban la cuerna y en que migraban, sus costumbres, etc. También conocían su anatomía , y eran capaces de descuartizarlos, aprovechando su piel, sus cuernos o astas, sus tendones, etc, buscando sus partes más nutritivas”. Todo este acervo de conocimientos constituía el inicio de una proto-zoología.
También llegaron a dominar el fuego, cómo encenderlo frotando dos palos y cómo conservarlo en agujeros cavados en la tierra y forrados de piedras o con carbones encendidos y guardados en cuernos de uro para su transporte. El fuego era imprescindible, no sólo para suministrar el calor necesario en la estación invernal sino también para la cocción de los alimentos, la carne, las verduras y las infusiones de las plantas medicinales, que utilizaban sobre todo con fines analgésicos.

Lecturas recomendadas:

Jean M. Auel: El clan del oso cavernario.

Jesús Mosterin: Historia de la Filosofía: 1. El pensamiento arcaico.

E.O. James: Historia de las religiones

J.L. Arsuaga; I. Martinez: El origen de la mente. Investigación y Ciencia, Noviembre 2001