martes, 23 de noviembre de 2010
HACIA UN MODELO DE RACIONALIDAD PRAGMÁTICA
viernes, 19 de noviembre de 2010
LA RACIONALIDAD DE LA POSTMODERNIDAD
Derrida, J.: La diseminación
Derrida, J.: La escritura y la diferencia
Jameson, F.: Teoría de la postmodernidad
Lyon, D.: Postmodernidad
Lyotard, J-F.: La condición postmoderna
Picó, J.: Modernidad y postmodernidad
jueves, 4 de noviembre de 2010
MOVIMIENTOS POSTMODERNOS
Otra ofensiva contra la Ilustración, semejante a la de Bell o MacIntyre, es la de Grant y Milbank. Ambos acuden a fuentes platónicas y cristianas en busca de una moralidad con la que impregnar la tecnociencia moderna. La razón secular de la Ilustración es vista como la fuente de todos los males que aquejan a las sociedades modernas y postmodernas, alcanzando su máxima virulencia en el nihilismo nietzscheano.
viernes, 29 de octubre de 2010
LA CRISIS DE LA RACIONALIDAD MODERNA
miércoles, 12 de mayo de 2010
REVOLUCIÓN TÉCNICA Y PENSAMIENTO EN LAS CULTURAS MESOPOTÁMICAS
Hace unos 10000 años, al final del Pleistoceno superior, se inicia una nueva época motivada por fuertes cambios climáticos que llegaron a acarrear radicales transformaciones en la flora y la fauna del continente europeo. Con la llegada del periodo Holoceno finaliza la última glaciación y el deshielo de Eurasia y Norteamérica da paso a una nueva etapa más calurosa en la que surgen frondosos bosques y una repentina merma de las grandes manadas de herbívoros. La disminución de la caza y el progresivo aumento demográfico de la población humana establecieron las nuevas condiciones de existencia para aquellos grupos humanos que fueran capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias. Mientras en Europa la cultura magdaleniense no supo responder al nuevo reto impuesto por la naturaleza, en ciertas zonas de Oriente Próximo algunos grupos humanos supieron incorporar en su dieta alimenticia las diferentes variedades de cereales silvestres que fueron surgiendo con el cambio climático. Con la extensión de las sabanas de gramíneas, la población humana del Creciente Fértil (zona comprendida entre los actuales Israel, Líbano, este de Siria, sudeste de Turquía, norte de Irak y oeste de Irán) pudo abastecerse con la cantidad de alimentos necesarios para el florecimiento de una nueva cultura. Con la invención de la agricultura, cuya actividad permite la obtención de una cantidad de alimento mayor que la caza en la misma extensión de tierra, y la ganadería, como consecuencia de la adopción de un modo de vida sedentario y agrícola, comienza una revolución sin precedentes en las culturas neolíticas. Los primeros clanes que se hicieron sedentarios se instalaron en los valles donde el trigo y la cebada silvestre crecían sin dificultad. Allí, construyeron las primeras casas de adobe formando los primeros asentamientos permanentes, fabricaron hoces con mangos de madera incrustados en cuchillas de pedernal con el fin de realizar la siega de los cereales de una manera eficiente. Conviviendo con las gramíneas pronto empezaron a conocerlas, a protegerlas y a seleccionar las semillas más idóneas con el fin de aumentar el rendimiento de las cosechas. Paralelamente al dominio de las técnicas agrícolas se domesticaron las primeras ovejas y cabras salvajes, dando lugar a un proceso de paulatina transición de la caza a la ganadería.
En este proceso de transición hacia un modo de vida sedentario jugaron las mujeres un papel fundamental. Como afirma Jesús Mosterin, la revolución del neolítico fue “ una revolución de las mujeres”, ya que ellas se encargaron de la obtención de los alimentos vegetales con la consiguiente introducción de las nuevas técnicas agrícolas. Mientras las mujeres innovaban las técnicas agrícolas y ganaderas, los hombres perfeccionaban las técnicas de reparación y construcción de las viviendas de adobe, las cuales se desgastaban fácilmente con las lluvias, así como la fabricación de herramientas y armas líticas pulimentadas. El prestigio alcanzado por las mujeres tuvo fuertes repercusiones sociales, pues gracias a él hizo su aparición una nueva forma de organización familiar: el matriarcado. Con esta nueva forma de organización, incluso los dioses, entendidos como personificaciones de las fuerzas de la naturaleza, fueron concebidos como hembras, como diosas. Así, la tierra como fuente suministradora de alimentos fue concebida como la Diosa-Madre, Annapurna o Diosa de la Abundancia.
La revolución en las formas de vida de los humanos del periodo neolítico trajo consigo un nuevo acervo de habilidades y saberes. Los conocimientos agrícolas que iban adquiriendo alcanzaban los secretos del ciclo reproductor de las plantas, llegaron a conocer cuáles eran las épocas más idóneas para la siembra, la maduración y recolección de las semillas, las técnicas de selección y conservación, la calidad del suelo y el tipo de cuidados que debían aportar a las plantas para una optimización de las cosechas. Es la época en la que se inventan los arados más rudimentarios, consistentes en troncos curvados de madera, acabados en punta con el objetivo de imprimir surcos en la tierra con suficiente profundidad para garantizar un crecimiento eficiente de las plantas. También se empieza a utilizar la tracción animal (bueyes) para tirar del arado. Todos estos progresos técnicos llevaron a un aumento sin precedentes de la producción agrícola. Esto dio lugar a la producción de un considerable excedente de alimentos que permitían no sólo alimentar a la mano de obra agrícola, sino también a las castas sacerdotales, a los artesanos, alfareros, metalistas, etc., que así quedaban liberados del trabajo agrícola y podían dedicarse a sus tareas profesionales.
El desarrollo de la agricultura trajo consigo grandes cambios en la mentalidad de los humanos. Los antiguos cazadores-recolectores, organizados en clanes de no más de treinta individuos no se preocupaban de almacenar grandes cantidades de alimento a largo plazo, simplemente satisfacían sus necesidades alimenticias en cada momento organizando cacerías cuando los víveres empezaban a escasear. Con la introducción de las técnicas agrícolas y el desarrollo de nuevas formas de organización social impulsadas por el fuerte crecimiento demográfico, los humanos del neolítico tenían que ser capaces de mirar al futuro y almacenar las semillas para plantarlas al año siguiente con el fin de asegurarse un abastecimiento alimenticio sostenido. Tuvieron que aprender a calcular el tiempo, a planificar las cosechas, a distribuir las labores agrícolas en el tiempo: roturación de nuevas tierras, limpieza del terreno, preparación y aireación de la tierra con el establecimiento de unos períodos de arada, escarda, siembra, calendario de riegos, y finalmente, recolección de las cosechas.
La agricultura impulsó a los humanos del período neolítico a preocuparse por la exactitud en el cómputo del tiempo y, consecuentemente, a la observación astronómica con el fin de establecer correlaciones entre la aparición de las constelaciones en el horizonte del cielo nocturno y la altura del sol en las diferentes épocas del año con las temporadas de la preparación del suelo, de la siembra y de la cosecha. Los babilonios llegaron a ser grandes observadores de los cielos, según muestran los numerosos registros astronómicos encontrados en las recientes excavaciones arqueológicas. Las mediciones del tiempo las basaban en el mes lunar, añadiendo de vez en cuando meses extra para mantener su calendario sincronizado con las festividades agrícolas estacionales. Más tarde, hacia el año 2000 a.C., el año babilonio ya constaba de trescientos sesenta días, dividido en doce meses de treinta días cada uno. El mes se dividía en semanas, y los días fueron bautizados por el sol, la luna y los cinco planetas conocidos. Los babilonios fueron los responsables de la división del día en doce horas dobles, y la hora en minutos y segundos sexagesimales. Además, establecieron la división del cinturón ecuatorial en las doce constelaciones del zodiaco correspondientes a los doce meses del año. Hacia el año 1000 a.C. las observaciones de los habitantes de Mesopotamia se hicieron más precisas, constataron la retrogradación que experimenta el planeta Venus cada quinientos ochenta y cuatro días, y fueron capaces de calcular los periodos de las revoluciones planetarias, así como de realizar predicciones bastante buenas de los eclipses lunares y de otros acontecimientos astronómicos.
2. La invención de la alfarería, la metalurgia y el desarrollo de un incipiente comercio en las culturas neolíticas.
Mientras los humanos fueron cazadores-recolectores ambulantes no tuvieron necesidad de construir recipientes para almacenar alimentos, pues su actividad itinerante no les permitía cargar y transportar grandes pesos. Al adoptar una forma de vida sedentaria los humanos del neolítico fueron compelidos a almacenar el excedente agrario en temporadas de gran abundancia con el fin de mantener unas reservas alimenticias con las que abastecerse en épocas de escasez. A partir del año 6000 a.c. aproximadamente se modelaban vasijas y grandes tinajas de arcilla para almacenar el grano, el agua, la cerveza, etc. Pronto empezaron a ver las grandes utilidades que se desprendían del arte de modelar la arcilla: jarras y ánforas para almacenar agua, pucheros para cocinar, platos para comer, copas y vasos para beber, etc. Si bien, al principio las vasijas se modelaban a mano, muy pronto, el desarrollo de estas técnicas dieron paso a la invención del torno de alfarero, una rueda movida por un pedal que dejaba las manos libres para modelar la arcilla mientras ésta giraba de forma continuada. La cerámica se extendió rápidamente por el Creciente Fértil hasta llegar a Grecia, Egipto y China, lugares donde la alfarería alcanzó altas cotas de especialización.
Otra técnica que se desarrolló en esta época fue la metalurgia del cobre. Al principio, el hombre del neolítico moldeaba el cobre puro mediante un proceso de forja en frío. Esta técnica consistía en amartillar repetidamente el cobre hasta conseguir la forma deseada. Más tarde descubrieron que calentando el cobre mediante un proceso de temple se dejaba moldear con mayor facilidad al tiempo que mejoraban sus propiedades. Hacia el año 4000 a.c. ya se había descubierto el proceso de fundición de los minerales de cobre para obtener mayor cantidad de materia prima para la fabricación de herramientas, vajillas, copas, lanzas, espadas, escudos, etc. El incipiente comercio derivado de la metalurgia del cobre creó las condiciones para el perfeccionamiento de las técnicas de fundición del metal. Se construyeron hornos especiales, quemando carbón vegetal, fundiendo el cobre en crisoles cerámicos y vertiendo el cobre fundido en moldes, primero en piedra y más tarde en arcilla, con lo que podían fabricar gran cantidad de objetos de cobre. Pronto empezaron a experimentar con distintas aleaciones, sobre todo con el estaño y el antimonio, dando lugar a la Edad del Bronce. El descubrimiento del bronce, a partir de una aleación de cobre y estaño, permitió la fabricación de herramientas más duras e implementos más eficaces, así como espadas y lanzas más mortíferas.
3. El pensamiento religioso en las culturas neolíticas
El modo de vida del hombre neolítico era sedentario. Su vida giraba en torno a las faenas agrícolas y su preocupación por las fuerzas de la naturaleza era constante, pues de ellas dependía, en última instancia, la obtención de una buena cosecha o, por el contrario, si no eran favorables, suponían la ruina de todos sus esfuerzos. Las fuerzas de la naturaleza se presentaban, irreductiblemente, como potencias incomprensibles e imprevisibles. Tan perjudiciales eran las fuertes sequías producidas en épocas calurosas como las lluvias torrenciales o las plagas que con frecuencia asolaban a los cereales. Todas estas anomalías podían dar al traste con las cosechas y, finalmente, el esfuerzo de todo un año podía terminar en hambre y desesperación. La inquietud y ansiedad que las imprevisibles fuerzas de la naturaleza suscitaban en los humanos del neolítico encontraban un alivio en las explicaciones que los mitos atribuían a los procesos naturales. Los dioses, a través de los relatos míticos, satisfacían las necesidades de comprensión racional de los mecanismos que operaban en las fuerzas de la naturaleza: dotaban al mundo de orden para hacerle entendible, predecible y, en última instancia, dominable. El pensamiento animista de los humanos del neolítico concebía el universo entero plagado de espíritus. Todo ente poseía un espíritu o una fuerza espiritual con voluntad propia, que podía ser buena o mala, grande o pequeña, favorable o desfavorable. Los grandes espíritus se correspondían con las grandes potencias de la naturaleza, las cuales se consideraban divinas y, en consecuencia, de ellas dependía el curso de los acontecimientos.
En las culturas mesopotámicas más arcaicas el más grande de los dioses es Anu , el cielo majestuoso, la bóveda azul que todo lo cubre, la personificación de la majestad y la autoridad. Por debajo de él, la fuerza de mayor potencia es la tormenta que con sus poderosos rayos, sus fuertes truenos, sus huracanados vientos y sus repentinas lluvias hacían temblar al más valiente de los mortales. La fuerza de la tormenta es el dios Enlil, personificación de la fuerza y la violencia.
La agricultura y la ganadería trajeron consigo un aumento del interés por la fertilidad de la tierra y el ganado y, sobre todo, la manera de incrementarla. Este interés empezó a manifestarse en el culto a la diosa Madre-Tierra y en los ritos de fertilidad. La fertilidad pasiva de la tierra es la diosa Ninhursana. La fertilidad activa de las aguas es la diosa Enki, personificación de la creatividad y la inteligencia. Durante el cuarto milenio a.c. la gran preocupación de las sociedades mesopotámicas eran las actividades agrícolas y ganaderas de las que dependían su subsistencia. De ahí que intuyeran dioses de la agricultura, de la ganadería, de los cereales, de las ovejas, de los dátiles, de los almacenes de grano, etc. que cuajaron en una serie de mitos, cantos y ritos en torno a Dumuzi, dios de la fertilidad y su novia Innana, diosa del almacén comunal donde se almacenaba el grano, los dátiles, etc. Dumuzi es el típico dios mortal de la vegetación primaveral que muere en verano cuando se secan las plantas, es enterrado en otoño con la siembra del cereal y resucita en la primavera cuando crece la vegetación. Así, el ciclo de Dumuzi personifica el ciclo de la vida: nacimiento, crecimiento, agostamiento, muerte y renacimiento.
El ciclo de Dumuzi e Innana generó en distintos lugares mitos diferentes e incompatibles entre sí para explicar una infinidad de fenómenos y aspectos del devenir cósmico que a primera vista parecían incomprensibles
A partir del tercer milenio a.c. la gran acumulación de riqueza derivada de la exitosa explotación agrícola y del esplendoroso progreso técnico que acompañó a la revolución urbana dio lugar a una nueva organización política de las ciudades para poder defenderse de las bandas de saqueadores que veían en los actos de pillaje un modo de subsistencia. Así hicieron su aparición las primeras ciudades-Estado amuralladas, con ejército propio profesional dirigido por un rey. Ahora, la preocupación por la guerra y la defensa se reflejaba en los nuevos mitos. Los dioses pasaron a ser concebidos como reyes y, más tarde, el carácter monárquico de los dioses fue utilizado para justificar y explicar la monarquía. Los dioses, en tanto que encarnaban a las fuerzas cósmicas de la naturaleza, fueron adquiriendo cierta posición en una asamblea jerarquizada que reflejaba el nuevo orden político de la ciudad-Estado. Estas voluntades divinas a veces chocaban entre sí, rompiendo el equilibrio cósmico y produciendo catástrofes naturales y sociales. El orden cósmico sólo se recuperaba gracias a la voluntad de negociación y entendimiento en la asamblea de los dioses. La asamblea de los dioses se reunía en la ciudad de Nippur con el fin de discutir y deliberar sobre el curso de los acontecimientos. Las decisiones adoptadas eran inexorables e irrevocables y su ejecución constituía el destino de los mortales. Sin embargo, aunque participaban todos los dioses en la asamblea, no todos gozaban de igual influencia. Los dioses más poderosos tenían la última palabra. Anu, dios del cielo, el más importante y prestigioso de todos presidía la asamblea, el segundo más influyente era Enlil, dios de la fuerza, que ejecutaba las decisiones adoptadas. Les seguían Enki, dios de la sabiduría, Samas, dios sol que representaba a la justicia.
En las ciudades-Estado mesopotámicas los ciudadanos no eran personas libres, eran esclavos de los dioses, vivían y trabajaban para servirles. El templo era la mansión del dios, cada dios tenía su templo con su séquito de sacerdotes dedicados a cuidar de él. El dios comía, dormía, se vestía y exigía de los humanos una serie de cuidados que tenían que ser satisfechos para obtener una buena providencia. El sentido de su existencia era ser útiles a los dioses, pues de ellos dependía su destino. Los dioses eran las grandes fuerzas cósmicas de las que dependían sus vidas, sus fortunas, sus achaques y desventuras. A cambio de sus cuidados, los humanos recibían protección frente a todo tipo de desgracias y calamidades. En última instancia, el pensamiento arcaico de las culturas mesopotámicas concebía el desarrollo de los acontecimientos cósmicos como el resultado del conflicto entre los dioses, sólo manteniéndoles contentos y satisfechos podían los humanos, desde su frágil posición, tratar de esquivar sus efectos.
- J. MOSTERIN: Historia de la Filosofía. Vol. 1
- S. MASON: Historia de las Ciencias. Vol 1.
- T.K. DERRY, T.I. WILLIAMS: Historia de la Tecnología. Vol. 1
sábado, 27 de febrero de 2010
TÉCNICA Y PENSAMIENTO EN LAS CULTURAS PALEOLÍTICAS
1. – Los orígenes del pensamiento conceptual.
Cualquier indagación articulada con pretensiones de establecer una exposición de la técnica y el pensamiento de las culturas prehistóricas, sin duda, ha de remontarse hasta los albores de los primeros homínidos prehumanos, ya que, fueron, a partir de éstos, cuando aparecieron los primeros seres dotados por la evolución de una capacidad craneal con un volumen lo suficientemente grande como para albergar un cerebro con las suficientes conexiones sinápticas que hicieran posible el establecimiento de los primeros esquemas del pensamiento racional: los Homo sapiens sapiens. En algún sentido, todos los animales superiores piensan; el león, por ejemplo, necesita cazar para alimentarse, y con el fin de satisfacer su demanda alimenticia busca las manadas donde se encuentran las presas; las observa, toma conciencia de su presencia, las clasifica, las selecciona, y en base a la información que percibe del entorno, toma decisiones para finalmente atacar. Con esta experiencia, el animal aprende, recuerda y modifica su conducta con el fin de mejorar su táctica de caza; en una palabra: piensa. Pero no se trata, en modo alguno, de un pensamiento conceptual, lingüístico, racional, basado en la aplicación de reglas lógicas. Se trata, más bien, de un pensamiento sensorial, sustentado en la coordinación de impulsos, imágenes y movimientos. Pues bien, es muy probable que los primeros homínidos articularan un pensamiento prelingüístico similar al de estos animales y que, tal vez, fueran incapaces de articular simbólicamente su experiencia. Pero, sin duda, tenían la capacidad de espabilarse, de aprender y de transmitir los conocimientos que iban acumulando para poder sobrevivir en el mundo hostil que les rodeaba y en el que se encontraban prácticamente indefensos frente a las fieras que constantemente estaban al acecho. Los homínidos prehumanos, sin duda, compensaron su carencia de garras y colmillos con la fabricación de herramientas líticas, herramientas de hueso y de madera para cumplir los mismos fines. Primero utilizaron los materiales como armas y herramientas tal y como se encontraban en la naturaleza: piedras como proyectiles, ramas como mazas, etc. Después, pasaron a modificarlos, sacando punta a los palos y afilando las piedras hasta obtener instrumentos cortantes, iniciándose, con ello, un proceso de perfeccionamiento muy lento en el que transcurrirían casi un millón de años repitiendo la misma operación sin producirse apenas progreso alguno. Mientras tanto, la habilidad de las manos prensiles y su coordinación iba creciendo a medida que aumentaba la capacidad craneal y surgían nuevas habilidades sensoriomotrices.
Los Homo ergaster, hace algo más de 1,5 millones de años, tenían ya suficiente capacidad imaginativa como para visualizar una forma determinada y tratar de realizarla en piedra de manera repetitiva con el fin de producir hachas de mano. Este proceso reiterativo requería el uso constante de la misma técnica y su transmisión sólo era posible en comunidades en las que se compartía la misma cultura. Si los homínidos prehumanos consiguieron sobrevivir a los múltiples peligros que les acechaban fue debido no sólo al uso de los instrumentos técnicos de los que se iban dotando, sino también a la convivencia social con otros individuos de la misma especie. Pronto, los homínidos debieron darse cuenta de que era mucho más eficaz la caza social que la caza individual. Unos cazadores podían espantar a los animales en la dirección en que otros esperaban para darles caza. Con el tiempo harían cosas más complicadas, como preparar y disimular trampas y conducir a los animales hacia ellas. Los Homo erectus y los Homo antecessor , ambos descendientes de los Homo ergaster, se habían convertido, con el uso de estas técnicas, en temibles cazadores sociales, capaces de cazar grandes elefantes y rinocerontes.
La caza social fue un gran estímulo para el desarrollo de nuevas capacidades cognitivas, pues este tipo de caza exigía la planificación de estrategias grupales, la organización de medios técnicos y la coordinación de tácticas y movimientos sincronizados, con el fin de realizar una cacería con éxito. Todo esto exigía una comunicación eficaz entre los miembros del grupo de cazadores. Probablemente, la comunicación sería una combinación de ademanes visuales, gestos de la cara, movimientos de los brazos y las manos, y en gran parte, sonora mediante susurros, gruñidos y gritos. Con el tiempo el sistema se iría haciendo más sofisticado, pasando de la utilización de un puñado reducido de señales mímicas hasta la articulación de las primeras palabras, una vez que hubieran desarrollado el aparato fonador bucofaringeo adecuado y un cerebro capaz de coordinar la percepción de las palabras recibidas a través de los órganos auditivos con los esquemas cognitivos de la mente, cuyos procesos combinados hicieran posible la interpretación de los mensajes. Sin embargo, las capacidades mentales implicadas en el lenguaje tuvieron que aparecer con anterioridad a la modificación de las vías aéreas que dieron paso a la formación de un aparato fonador altamente desarrollado, pues cabe suponer que fueron dichas capacidades las que hicieron rentable, en términos de selección natural, el desarrollo de un sistema eficaz que fuera capaz de emitir los sonidos básicos del habla humana. Los últimos estudios realizados a partir de cráneos fósiles de Homo neanderthalensis encontrados en la Sima de los Huesos del yacimiento de Atapuerca confirman que estos homínidos, hace 300.000 años, ya disponían de un aparato fonador altamente desarrollado, si bien no eran capaces de articular todas las vocales, podían disponer de un lenguaje muy rudimentario con el que expresar los primeros pensamientos simbólicos.
2. – Las habilidades técnicas de los Homo sapiens del Paleolítico.
Desde los inicios del Pleistoceno superior, hace 100.000 años, se encuentran restos de Homo sapiens en diversos lugares de Europa, Asia y África, cuyos cráneos tenían ya la misma capacidad que los nuestros, de aproximadamente 1500 centímetros cúbicos. Estos homínidos se agrupaban formando clanes de unos 30 individuos unidos por lazos de parentesco, matrimonio o amistad. Cada clan estaba compuesto de unas pocas familias, cada una de ellas formada por un cazador, sus mujeres y sus hijos. El clan era, eminentemente, itinerante y sus movimientos dependían de las corrientes migratorias de sus presas. Establecían campamentos provisionales en lugares favorables para emprender las cacerías y las recolecciones de plantas, frutas silvestres y raíces comestibles. Al cabo de un tiempo, cuando se hubieran agotado los recursos locales mudaban de lugar y se trasladaban a nuevos territorios donde las reservas de caza y alimento aún no habían sido explotadas.
Dentro del clan se estructuraba la división sexual del trabajo: las mujeres se dedicaban a la recolección de frutas , tubérculos, plantas y pequeños animales, mientras los hombres desarrollaban el arte de la caza de grandes animales poniendo en juego hábiles técnicas de caza y el uso de novedosas armas líticas. La habilidad de trabajar la piedra permitió al Homo sapiens la construcción de numerosos instrumentos líticos polivalentes que hicieron de la caza una actividad muy eficaz para el suministro de las proteínas necesarias en su dieta diaria. Los neandertales llegaron a ser muy hábiles en la implementación de instrumentos de piedra, tales como lanzas y hachas para cazar, cuchillos para cortar carne, raspadores para limpiar pieles, punzones para perforar y coser, lo cual les permitía fabricar bolsas de piel de nutria para guardar y transportar objetos, así como la elaboración de vestimentas y mantones con piel de oso para protegerse de las bajas temperaturas de la última glaciación. La habilidad en el arte de la caza no sólo se manifestaba en el uso de la lanza sino también en el manejo de las boleadoras y la honda. Pero la caza no era la única fuente de alimentación, las mujeres iban recolectando las raíces frescas de espadaña que se encontraban arraigadas bajo la superficie de las aguas pantanosas y eran fáciles de arrancar, los brotes de verduras silvestres, las hojas tiernas de trébol, de alfalfa, de diente de león, las hojas de bardana, las bayas y las frutas, las cuales eran transportadas en canastos hechos con tallos y hojas duras. Utilizaban palos como palancas para dar la vuelta a troncos caídos en busca de gusanos, tritones e insectos comestibles y puntiagudos palos para pescar en los ríos peces y moluscos de agua dulce.
Los cromañones, por su parte, especializaron más el utillaje de los neandertales, llegando a producir hasta 100 tipos de instrumentos diferentes, entre los que destaca el buril acabado en un ángulo fuerte y cortante, que permitía penetrar y trabajar otros materiales, como la madera, el hueso, el asta de marfil, etc. produciendo así vasijas, recipientes y, lo más importante desde un punto de vista técnico, la elaboración de nuevas herramientas. Con la invención del buril, el Homo sapiens sapiens da origen al nacimiento de la primera máquina-herramienta, una herramienta para producir nuevas herramientas, lo que viene a ser el primer hito de la Historia de la Tecnología. El buril permitió al hombre primitivo la elaboración de pequeños implementos puntiagudos o ganchudos, como agujas, anzuelos o arpones a partir de los huesos de los herbívoros, de las astas de renos y ciervos y del marfil de los colmillos de elefantes. Estos instrumentos permitieron coser pieles con tendones, pelos, crines o fibras vegetales. Aunque fueran los neandertales del Pleistoceno superior los primeros en fabricar vestidos, lo que, a su vez, les permitiría protegerse de los fríos de la glaciación y avanzar hacia el norte en busca de nuevos rebaños, las agujas perfeccionadas por el buril permitió a los cromañones perfeccionar la técnica de confección de los vestidos de piel, lo que les posibilitó ir todavía más lejos que los neandertales en la búsqueda de los rebaños de renos en las zonas heladas del norte llegando hasta el estrecho de Bering y Alaska, para extenderse luego por toda América.
Si bien los neandertales fueron cazadores exitosos, los cromañones les superaron, llegando a desarrollar estrategias muy elaboradas de caza basadas en un sistema de vigilancia, seguimiento y acorralamiento de las grandes manadas. Estas habilidades constituirían más adelante, en el período neolítico, los fundamentos de una incipiente explotación ganadera que daría lugar a una verdadera revolución en las formas de vida de los hombres primitivos. Los restos fósiles encontrados en diferentes lugares de Europa, de mamuts y caballos salvajes amontonados bajo despeñaderos, confirman las habilidades de nuestros antepasados en el arte de la caza. También supieron perfeccionar las armas de caza para hacerlas más mortíferas que las que utilizaban los neandertales. Las nuevas puntas de lanza desarrolladas por los cromañones, a partir de huesos en forma de arpón con múltiples barbas puntiagudas, causaban heridas más profundas en las presas, sin desprenderse el arma del animal, y favoreciendo el desangre de la víctima a través de unos canales incisos a lo largo del mástil del venablo. Al final del Paleolítico superior una cierta comprensión de mecánica elemental apoyada en la experiencia acumulada en el manejo de la honda llevaría a los cromañones a la invención del lanzador de venablos. Este propulsor vendría a ser una extensión del brazo del cazador que permitía doblar la distancia alcanzada en los lanzamientos y así cazar las presas sin tener que acercarse a ellas, con lo que aumentaban la seguridad y la eficacia de la caza. El propulsor de venablos, finalmente, condujo a los cromañones al invento del arco y las flechas, los cuales aumentaban con creces las distancias de seguridad en las cacerías y el número de presas cazadas en cada atacada.
3. – Los orígenes de una proto-ciencia paleolítica.
Los homínidos del Paleolítico superior, los Homo sapiens sapiens, tenían una capacidad craneal similar a la de los hombres actuales, lo que cabe suponer que disponían de cerebros similares a los nuestros. Por tanto, no es aventurado estipular que podían articular mediante términos lingüísticos el mundo de su experiencia y reflexionar simbólicamente sobre él asignando palabras a los contenidos conceptuales de su pensamiento. De esta manera, podían ir acumulando conocimientos y saberes sobre el mundo que les rodeaba dando origen a un remoto inicio de las ciencias de la naturaleza relativas al medio en que vivían y al que tenían que estar armónicamente adaptados.
Los cromañones conocían perfectamente la vegetación de la zona en que vivían y eran capaces de identificar las principales especies vegetales con el fin de clasificar las plantas que eran comestibles, las que eran tóxicas y las que podían servir con fines medicinales, así como la época en que florecían, el color y el sabor de sus frutos y los animales que las comían. Es muy probable que llegaran a conocer las pequeñas plantas, desde la acederilla, la acedera del bosque, la malvarrosa, el trébol, las flores silvestres, como las violetas, los espinos, las gencianas, los azafranes, y los árboles silvestres como el roble, el tilo, el arce, el sauce, el abedul, el álamo, el aliso, el nogal, el avellano, etc. de los cuales utilizarían las hojas nuevas y los frutos con fines nutritivos y medicinales, extrayendo sus jugos mediante las técnicas de infusión, maceración y la aplicación de cataplasmas de plantas y hojas de árboles con propiedades analgésicas, como la corteza de sauce o las raíces de lirio. La acumulación de conocimientos sobre botánica y medicina natural debía producirse mediante un procedimiento de experimentación bastante simple, como nos describe J.M. Auel, el Homo sapiens “daba un mordisco a la nueva especie; si el sabor era desagradable lo escupía inmediatamente. Si era agradable, conservaba el pequeño fragmento en la boca, observando cuidadosamente cualquier picor o ardor que produjera o cualquier cambio de sabor. Si no los había , lo tragaba y esperaba hasta ver si podía reconocer algunos efectos. Al día siguiente daba un mordisco más grande y seguía el mismo procedimiento. Si no se observaban efectos perniciosos a la tercera prueba, el nuevo alimento se consideraba comestible, al principio en pequeñas porciones”. Mediante estas técnicas primitivas de experimentación los hombres del Paleolítico iban adquiriendo un corpus de conocimientos que podríamos denominar con los términos de proto-botánica y proto-medicina natural.
Ahora bien, el mayor conocimiento que poseían los hombres primitivos se refería a los animales que cazaban, distinguían las diferentes especies con las que co-existían no solo a través de la vista, sino también por sus mugidos, por las huellas y excrementos que dejaban a su paso. Por medio de las huellas y excrementos, probablemente eran capaces de saber de qué especie eran, la edad aproximada de los animales, su estado de salud, cuántos eran, hacia donde se dirigían, etc. Como afirma Jesús Mosterin: “Conocían las rutas migratorias de los animales, las épocas en que parían, en que mudaban la cuerna y en que migraban, sus costumbres, etc. También conocían su anatomía , y eran capaces de descuartizarlos, aprovechando su piel, sus cuernos o astas, sus tendones, etc, buscando sus partes más nutritivas”. Todo este acervo de conocimientos constituía el inicio de una proto-zoología.
También llegaron a dominar el fuego, cómo encenderlo frotando dos palos y cómo conservarlo en agujeros cavados en la tierra y forrados de piedras o con carbones encendidos y guardados en cuernos de uro para su transporte. El fuego era imprescindible, no sólo para suministrar el calor necesario en la estación invernal sino también para la cocción de los alimentos, la carne, las verduras y las infusiones de las plantas medicinales, que utilizaban sobre todo con fines analgésicos.
Lecturas recomendadas:
Jean M. Auel: El clan del oso cavernario.
Jesús Mosterin: Historia de la Filosofía: 1. El pensamiento arcaico.
E.O. James: Historia de las religiones
J.L. Arsuaga; I. Martinez: El origen de la mente. Investigación y Ciencia, Noviembre 2001